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Cartas de Amor [Sigmund Freud].pdf

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DIÁLOGO ABIERTO / 52 / Psicología

SÜ!mund Freud

Cartas de amor

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Primera edición en Ediciones Coyoacán S.A. de C.V.: 1995

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Üust~ciÓn': F'ra~~~¡~ Gé~ard. Cu~id;

y

Psique, 1798

...

R~servados todos los der.echos conforme a la ley ©EDICIONES COYOACÁN S.A. de C.V. Av. Hidalgo 47-2. Colonia del Carmen Delegación Coyoacán. 04100 México D.F. Teléfonos: 659 71 17 y 659 79 78. Fax: 658 42 82 ISBN 970-633-078-X

Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

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PARA LAS CARTAS DE FREUD A MARTHA

Escribir un prólogo para F reud, para don Segismundo Freud, es bastante com-prometido. Más aún, escribirlo para las cartas a su novia. La diferencia entre la seriedad y capacidad de análisis de sus

es-critos profesionales, y el romanticismo púr-pura y aterciopelado de las cartas a su niña adorada, Martha Bernays, es absolutamen-te abismal. Sin embargo, no es difícil in-clinarse a pensar que el Freud de estas cartas íntimas sea posiblemente más autén-tico y real que el de las miles de páginas

de sus libros profesionales.

A lo largo de cuatro años, Freud escri-bió más de mil quinientas cartas a su novia, pero no se han conservado las que

corres-ponden a los cuatro últimos meses del no-viazgo. Tal vez esta pro[ usión de

corres-pondencia se deba a que don Se>1ismundo sólo realizó seis visitas a Martha. Es tam-bién probable que el contenido bastante platónico y romanticón de las cartas se base en que Martha fuese el primer y único amor real de su existencia, exceptuando ese ne-buloso amor inf anti[ -Freud tenía diez años- por Gisela Fluss, hermana de uno de sus amigos.

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" 11¡

Freud conoció a Martha un día de abril de 1882. Ella era cinco años menor que él, de origen . igualmente judío y oriunda de Hamburgo: Su padre era el rabino Isaac, considerado como el supremo monarca del

espíritu del cerrado mundo judío. Ernest

Janes -biógrafo empedernido de Freud-describe a Martha como una muchacha

delicada, pálida, pequeña, pero de maneras

Hraciosas; Martha Robert dice que era más

bien insignificante. Sobre el aspecto físico de su amada, Freud da también su opinión en una de las cartas que le dirige: Sé que

no eres bella en el sentido en que lo

en-tienden los pintores y escultores: si quieres

que dé a las palabras su sentido estricto, me veo obligado a cqnfesar que no eres

ningu-na belleza. Pero Freud, a esta muchacha

que no consideraba una belleza, le envía las primeras semanas del noviazgo, una rosa roja acompañada de una tarjeta con frases en latín, español, inglés, alemán, francés y que recogían citas, proverbios que lo habían fascinado .durante su juventud. F reud tiene con ella un comportamiento inocentón, risueño, de enamorado primeri-zo. Cuando ingresa en el Hospital General

de Viena ( 1883) , le pide a M artha que le

borde tres banderines en los que figurarán un texto de Cándido -Trabajar sin

razo-nar,.;.._, uno de San Agustín - En caso de

duda, abstente- y un tercero

correspon-diente a la exaltación popular - Hay que

tener fe-, con la aspiración de tenerla

presente a través de estas telas bordadas por ella. Igualmente, la perla del anillo fa-miliar que ella le había obsequiado, se cae al romperse su soporte, lo cual sirve de base para que F reud otorgue de inmediato un simbolismo amoroso al hecho y atribur¡a la

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La primera de las 1.500 cartas que Freud le escribió a su novia Martha.

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Freud y su novia, Martha Bernays, con la que se casaría en 1886, después de cuatro años de noviazgo.

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rotura a que ella le ha sido infiel o había deseado serlo, o que, por lo menos, desde el día de la caída de. la perla, ella lo hu-biese querido menos. ·

Esta inclinación por los pequeños deta-lles sentimentales continuará a lo largo de todo el noviazgo, noviazgo casi secreto, de relaciones primarias donde, sin embar-go, existe un complejo sistema de reacci.o-nes cotidianas, como los celos que siente de Max Meyer, joven artista favorecido por Martha antes de conocer a Freud, o de Fritz Wahle, amigo de la .familia de ella. Los celos fueron una verdadera tortura pa-ra Freud. Refiriéndose a Meyer, escribe,

Ah, esos artistas que no tienen la oportu-nidad de someter su vida interior al

estric-to control de la razón. Trata también de

:sublimizar sus sentimientos escribiendo:

hasta que un día me di cuenta que lo que

realmente importaba era si ella amaba a

determinadas personas o si todo el mundo

la quería a ella. (Carta 23-7 -1882) . Pero

los celos continuaron torturándolo y creán-dole la búsqueda de una posesión enf ermi-za con estallidos de rabia tan fuertes por detalles insignificantes como que M artha se subiera las medias en pleno

Beethoven-gang, visitara a una amiga casada antes de

su boda o que patinara dándole el brazo a

un joven. Freud está continuamente

ace-chándola en sus cartas hasta el punto de

neurotizar la relación y obli{lar a su dulce

niña a juf¡ar con la idea de ahogarse en una

bañera. Si ella hiciera esto, le escribe Freud, cuando se entera, podría considerarse la pérdida de una amada como un incidente sin importancia comparada con la historia

milenaria de los hombres. Sin embargo,

po-co después, Freud reacciona más

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mente y le escribe diciéndole que este inci-dente eqmvaldría para mí al fin del mundo. ante lo cual M artha renuncia a ahogarse en su bañera.

Aoarte de estos desbordes amorosos, el único problema latente a lo largo de la co-rrespondencia es el económico, pues Freud

n.o gana lo suficiente para poder mantener

a una familia. Pero después de cuatro años de noviazgo, Freud se encapricha en ca-sarse en setiembre y actúa como un niño mimado que llora porque no le dan lo que quiere y piensa que así lo conseguirá. Esta idea, y la necesidad de casarse, lleva obs-tinadamente a Freud a incursi.onar por diferentes caminos que presupone le permi-tirán obtener el dinero que necesita. Doce-nas de cartas están lleDoce-nas de cálculos eco-nómicos basados en estos sueños. Las ideas de triunfo, de comodidad, de fama, atrasan más estos deseos. Sin embargo, el matrimo-nio se realiza el día señalado por Freud: el 14 de setiembre de 1886. a..,.~"" f.,l,. 't~I.;

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Croquis hecho por Freud y enviado a Martha, representando la habitación que él ocupaba en el hospital de Viena.

Antes de esto, Freud ya se había deci-dido a practicar la medicina y obtiene el título de Privat Dozent. Después de algu-nas experiencias pasa al servicio de psi-quiatría dirigido por Meynert. En la Uni-versidad es nombrado Sekundazt. También ejerce en Dermatología, en Oftalmología y en un asilo psiquiátrico de carácter privado. Una beca, que solicita y obtiene, lo lleva a París. Toda esta "carrera" médica de F reud está claramente marcada por un evi-dente afán de celebridad y de obtención de los medios económicos que le permitan casarse y vivir con su amada M artha Ber-nays.

(UN PARENTESIS EN EL

PRO-LOGO SOBRE LA VIDA

AMO-ROSA DEL JOVEN FREUD: El

experimento erróneo de la cocaína en un apresurado intento de celebridad. A los 28 años, Freud "descubre" la cocaína. Se entusiasma, se apasiona por ella, cree haber encontrado la so-lución adecuada para alcanzar la meta que le dará gloria y fortuna. Escribe a su niña: Querida, no nos faltaba más que un golpe de suerte de esta clase para poder pensar en establecernos.

Considera F reud que la cocaína es la solución milagrosa para todos los problemas. Este alcaloide usado por los nativos peruanos para resistir las privaciones del hambre y la fatiga, le parece apropiado para emplearlo en las alteraciones cardiacas y para la fa-tiga nerviosa debida a la supresión de la morfina. El entusiasmo de Freud rompe todo límite de cordura. Incluso se lo envía a su dulce amada para

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pro-'

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porcionarle fuerza lJ darle a sus

meji-llas un tinte rosa. El mismo ingiere

vi-gésimos de gramo, lo que lo dejaba en-cantado.

El mal humor de Freud se convierte en euforia, la actividad no disminuye a lo largo de las horas, el rendimiento del trabajo aumenta, se elimina la sen-sación de hambre. Glorificado por es-to, embarca a su amigo Fleischl y a otro enfermo afectado de gastritis en el consumo de cocaína. y en el summum

de su euforia le escribe a Martha: sóf.o

ahora es cuando me siento médico. Y

no deja de recomendarle tanto a su no-via como a sus hermanas la ingestión de cocaína. El resultado -que nunca quiso reconocer- fue la intoxicación de Fleischl y su consecuente muerte en medio de delirium tremens que le hacía ver serpientes arrastrándose por

su cuerpo.

Freud busca y da disculpas, argu-menta. pero en Alemania ha florecido una ola de cocainómanos que es con-siderada como una tercera plaga de la

humanidad. El aprendiz de hechicero,

ante esta situación alemana, en la que ha colaborado con su obrar ligero y sin profundizar en el tema, decide em-prender un viaje imaginario que le per-mita abstraerse del medio y así no asumir responsabilidades de una testa-rudez que jamás quiso reconocer como un error juvenil).

En medio de sus aventuras para lograr medios de casarse con Martha, Freud abre el 25 de abril de 1886 su primer

consulto-rio y empieza a ejercer en el 7 de la

Ra-14

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"' 111

El maestro y sus discípulos. De izquierda a derecha de

pie: A. Brill, Erneat Jones, Sandor Ferenczi. Sentados: Freud, Stanley Hall, C. G. Jung. (septiembre de 1909)

thausstrasse. Deja el hospital y, luego de una corta experiencia militar, realiza su

gran sueño: el 14 de setiembre de 1886. en

W andsberk, se casa con M artha bajo el

Chuppe mientras su tío recita las

oracio-nes hebráicas, las broche. Los recién

casa-dos toman un departamento en el número 8

de Marie-Theresienstrasse con la ayuda económica de las dos familias.

Sigmund y M artha fueron felices y

tu-vieron muchos hijos, de los cuales los tres primeros nacieron en este departamento de

cuatro amplias habitaciones, y los otros

tres en el 19 de la Berggasse, donde

vivie-ron cuarenta y siete años y donde, según

su biógrafo Janes, el único disturbio matri-monial fue la cuestión de saber si los

hon-g.os debían cocinarse con o sin tallo.

Este departamento de Berggasse y la

vi-da que hacía en él, son típicos de las incli-naciones personales y más íntimas de Freud. Se rodea de un decorado bastante inclina-do al confort burgués de la época. La casa se ve de pronto llena de obras florentinas, romanas, figuritas egipcias, una mascarilla de Dante; casi de inmediato instala el telé-fono. Su vida se halla encerrada en rutina impresionante. Se levanta a las siete de la

mañana y acude al peluquero para el

arre-glo de su barba, luepo desayuna con toda su familia y se traslada al otro

departa-mento que ha tomado en el mismo edificio

para atender a sus clientes; consultas de

cincuenta y cinco minutos con descansos de

cinco minutos entre cliente y cliente; a la

una, el almuerzo familiar, después un

lige-ro descanso, un corto paseo por el

vecin-dario, aprovisionamiento de puros; a las tres, vestido con levita, reanuda sus

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con-,,,

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sultas hasta las nueve de la noche, hora en que se realiza la cena familiar; finalmente se dedica a su trabajo personal -autoaná-lisis, correspondencia, corrección de prue-bas, redacción de artículos- por lo general hasta la una de la mañana, aunque también algunos días se prolonga casi hasta la ma-drugada.

Hasta los sesenta l/ seis años, Freud llevó

esta vida de puntualidad casi religiosa. La única innovación fue incluir una taza de café a las cinco de la tarde. No tenía nin-guna inclinación personal por la cerveza o

los vinos, bebía agua, le gustaba la carne, odiaba a los pájaros y a las coliflores, se mantenía callado a la hora de las comidas, no era deportista y su único vicio, después de esa transitoria atracción por la cocaína, era una fuerte dependencia al tabaco, ya que consumía diariamente veinte puros. Hasta 1890. su principal pasatiempo era el ajedrez, luego fue el tarock, antiguo juego vienés de cartas al que dedicaba las vela-das de los sábados; otra de sus distraccio-nes era ir dos veces al mes al club judío

B'nai B'rith. También era un buen

caminan-te de largos pase.os por el moncaminan-te. Esta vida marcadamente burguesa que compartía con Martha, reflejaba claramente que Freud construyó y armó su vida con una riguro-sa meticulosidad hasta en los más mínimos detalles.

18

(SEGUNDO PARENTESIS. Freud

fue el creador del psicoanálisis y es

in-dudable la influencia que han tenido sus teorías en este siglo. La celebridad que alcanzó en vida. pocos de sus co-legas la obtuvieron. Pero ;.cuál fue verdaderamente la personalidad de SiHmundo Freud?

Después de su errónea experiencia con la cocaína, se puede mencionar los groseros insultos que le dedicó a Víctor Adler. la evidente muestra de paternalismo que mostraban las tam-bién tan autoritarias cartas a Martha, la constante actitud de celos

carcomi-dos de envidia y desprecio por el

jo-ven Fritz Whale, su amarga actitud por los artistas que en el fondo reve-laban el sentirse "desplazado" de

con-templar tanta juventud, tanta belleza,

felicidad y alegría en las reuniones que tenían.

Todo esto oculta a un F reud igno-rado, a un Freud débilmente humano, a un Freud que se quejaba

constante-mente, que continuamente }Temía y que

tenía, como él mismo afirmaba, un gran

talento para lamentarse. No deben ol-vidarse otros detalles de su vida que también sirven para revelarnos su per-sonalidad. detalles como quemar su diario que había llevado durante cator-ce años, junto con las cartas, sus ma-nuscritos, las cartas de su novia ( lue-}TO su esposa) y una gran diversidad de papeles, con la clara intención de que sus biógrafos no pudieran conocer-lo: desde ahora me alegro de pensar que todos se equivocarán. ¿Qué tanto quiso decir con eso? ¿Qué era verdade-ramente lo que lo obsesionaba en las dos quemas que hizo de sus papeles personales: una tendencia a protegerse o una tendencia a la autodestrucción? Es posible referirse a una inclina-ción de Freud por ocultarse, de lo cual es buen ejemplo el presentarle a sus discípulos y colegas el caso de un tal

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111

M. Y., enfermo que no tenía nada que ver con la psicología, y que no era otro que él mismo. Igual con su trabajo so~

bre Miguel Angel. que lo enseña como si fuera escrito por otra persona. Este comportamiento, mezclado con el de verse libre de publicar, sin ningún consentimiento de sus pacientes, las anamnesis -como el caso de Dora ,en que revela una serie de detalles íntimos de su paciente atribuyéndole las más agudas perversiones sexuales, o como el caso de Katharina, en sus Estudios s.obre la histeria, en que señala muchos datos que permiten identificarla e in-dicando que el seductor de su paciente era un tío de ella y, en una siguiente edición, afirmando que no era el tío sino el padre el corrupto seductor-. revelan en la personalidad de F reud una curiosa ambivalencia hacia la

fa-ma, el éxito económico que tanto se em-peñó en alcanzar y que obtuvo.

Los casos de publicaciones indiscre-tas como las indicadas, levantaron una ola de protestas contra Freud en el seno del cuerpo médico vienés. ¿Fue-ron, tal vez, las razones de entregar al público estas revelaciones íntimas de sus pacientes, la necesidad de alcanzar una ambigua notoriedad que lo podría conducir a una rápida celebridad con el consiguiente aumento de sus ingre-sos económicos? A los cuarenta y dos años, Freud aún se quejaba de ser un uiejo judío, más bien pobre, temeroso de la pobreza y exclamando melancó-licamente qué difícil debe ser

enrique-cerse, pero revelando a la vez estar dis-puesto a obtener dinero con tal de que sea honrado.

Freud y su madre, que lo adoraba de una ma-nera muy especial.

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111

22

Al margen de la inmensidad de su obra psicoanalítica, la personalidad de F reud se nos revela como la de un hombre obsesionado por obtener dine-ro, capaz de construirse una vida ruti-naria hasta en sus manifestaciones más ínfimas, burgués, autoritario, paternal, apasionado, tremendamente celoso, ca-paz de enfrascarse en violentos e in-juriosos pleitos con sus colegas, ami-gos y discípulos.

Pero para la finalidad de este pró-logo, merece volver a fijar la atención en la vida de Freud pero refiriéndola a su dimensión amorosa y sexual. El matrimonio con Martha no arregló na-da de la vina-da personal de Freud. Su humor se volvió más caprichoso, su neurastenia alcanzó los grados del pa-roxismo. La amistad de F reud con Wilhelm Fliess, por ejemplo, es buena muestra de que su soledad sentimen-tal continuaba después del matrimo-nio. Lo que sigue queda como una tur-bia nebulosa en la vida privada del Dr. Freud y nos permite. a la vez, en-trever algo de su contradictoria perso-nalidad.

Freud y Fliess tuvieron una amis-tad bastante apasionada desde 188 7, al año siguiente de su matrimonio, has-ta 1902, mientras ambos estaban en-tregados a investigaciones sobre la se-xualidad. Freud admiraba a Fliess de forma desmesurada, te considero como

un Mesías, como un juez supremo. En

los momentos de soledad le escribe a su amigo: la nostalgia de ti, de tu

com-pañía, se ha apoderado de mí

intensa-mente. Freud envía a Fliess un

torren-te de las más íntimas declaraciones,

Vivo fastidiado y en la oscuridad

hasta el momento de tu llegada, y

en-tonces me insulto y VtJ.e.lvo a encender

en tu llama serena mi luz vacilante.

Uno vive en Berlín, el otro en Viena. Los dos son casados y no es fácil para ellos organizar sus encuentros, que consideran de capital importancia, a los que denominan sus "congresos" y al que Freud llama un idilio a dos.

Freud ve invadidos sus sueños por la imagen de Fleiss y los considera ab-surdos, pero le escribe a su amigo:

alg.o venido de las profundidades

abis-males de mi propia neurosis se opone

a que avance en la comprensión de la

neurosis, y tú estás implicado en esto,

ignoro por qué.

El intercambio de ideas acerca de la sexualidad y, como pasará después con otros compañeros suyos, la apropia-ción de las ideas de Fleiss por parte de Freud, comienza a crear una ten-sión entre ellos hasta llegar a la rup-tura. Refiriéndose a los descubrimien-tos de Fleiss. Freud le escribe que me moriría de envidia de oír decir que

al-guien en Berlín ha descubierto

seme-jantes cosas. En una ocasión, Fleiss,

quien ya notaba en su amigo cierta animosidad hacia él, se sorprende an-te una an-teoría de F reud sobre la neuro-sis y le dice, pero si es lo que te dije hace más de dos años, una tarde,

mien-tras dábamos un paseo y tú no quisiste

oír hablar de eso; Freud no consiguió

acordarse de esa conversación, poseí-do por una "amnesia temporal", du-rante varias semanas.

(13)

Una vez que la ruptura es

defini-tiva, Freud se queja: ¿a quién debo

es-cribir ahora?, y llega a reconocer que había entre ellos una amistad basada

en una necesidad que responde a algo

en mí, quizá a alguna tendencia feme-nina.

Dos años después de terminar su amistad con Fleiss, Freud vive una

si-tuación bastante parecida con

J

ung y

acaba confesando que en el fondo de

este asunto hay un problema homose-xual sin resolver).

Las cartas a Martha Bernays, la novia, la niña adorada, luego la esposa, constitu-yen quizá un intento de aproximarse a la cara oculta del doctor Freud, al genial vie-nés, al creador del psicoanálisis y al hom-bre de su época poseído por toda clase de temores, angustias, celos y ambiciones. Quizá este prólogo demasiado extenso,

ha-ya rebasado los límites a los que debería referirme al hablar de su correspondencia con su novia, para abarcar tímidamente otros aspectos de la vida íntima de F reud que no encajan realmente con las cartas. Sin embargo, tal vez pueda motivar un in-terés mayor por la vida y la obra de este

hombre que tanta influencia ha tenido !J

tiene en nuestro tiempo.

A.

POPOF.

(14)

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Viena, 19~6~ 1882. Mi preciosa y amada niña:

Sabía que hasta que no te hubieses ido no podría darme cuenta realmente de toda mi felicidad vivida y también, ¡ay!, de to-do lo perdito-do. No consigo aún tener una idea clara de lo nuestro, y si no tuviera delante mío esa hermosa cajita y tu retra-to, temería que todo pudo haber sido sola~ mente un dulce sueño del que no me gus-taría despertar. Pero mis amigos me afirman que es verdad, e inclusive me siento capaz de acordarme de los detalles más agrada-bles y hechiceramente misteriosos que no puedo considerarlos fruto de alguna fan-tasía onírica. Debe de ser verdad. Martha, mi dulce niña, de ti todos hablan con ad-miración, y a pesar de toda mi resistencia cautivaste mi corazón en nuestro primer encuentro. Es mía, mía la muchacha a quien temía cortejar y que llegó hacia mí con confianza. reforzando la fe en mi propio valor y me dio nuevas esperanzas y fuer-zas para trabajar cuando más lo necesita-ba. Cuando regreses, querida niña, habré logrado apartar la timidez y torpeza que me cohibían delante tuyo ... Nos sentare~

mos otra vez solos en aquella pequeña y encantadora habitación, y mi niña

(15)

111. ')

rá aquel sillón (en el que nos dimos tan gran susto ayer) . Y o me sentaré cerca de ti en la silla redonda y hablaremos de nuestro futuro, cuando ya no exist~ dife-rencia entre el día y la noche, y cuando ni las molestias ajenas, ni los adioses, ni las

despedidas, puedan ya volver a separarnos. Te hablaré de tu dulce fotografía. Al principio, cuando la tenía delante mío, no le di demasiada importancia; pero ahora,

cuanto más la veo, más me recuerda al ser querido y hasta me parece que las blancas mejillas van a enrojecer con el color que tenían nuestras rosas, y parece que los de-licados brazos van a salir del marco para acariciar mi mano. Sin embargo, el retra-to no se inmuta y sólo hallo la mirada instándome a tener paciencia, como asegu-rando: que sólo eres un símbolo, una figu-ra impresa en el papel; la muchacha de carne y hueso que regresará pronto, y en-tonces puedes dejarme nuevamente a un lado.

Me gustaría mucho al retrato buscarle un sitio entre los dioses familiares que es-tán en mi mesa, y me parece extraño que, pudiendo tener libremente los rostros de los hombres a quienes admiro, tenga que gu<;trdar bajo llave, en cambio, tu delicado rostro. Descansa tu retrato en la cajita que me obsequiaste y casi no me atrevo a de-cirte cuántas veces durante estas últimas vienticuatro horas he cerrado la puerta y he sacado tu fotografía de donde la tengo escondida para refrescar mi memoria. Te-nía la impresión de haber leído, no sé dónde, sobre un hombre que llevaba consigo la imagen de su amada guardada en una ca-jita, y habiendo escrutado largo rato en las oscuridades de mi cerebro, me cercioré

a medias de que tal sucede en La nueva Melusina, el cuento de hadas de la obra de Goethe "Años de andanzas de Guiller-mo Meister", que recuerdo muy vagamen-te. Después de muchos años, volvía a sa-car el libro del estante y encontré en él la confirmación de mis sospechas. Pero no quedó la cosa allí; pues hallé mucho más de lo que estaba buscando. Aquí y allá aparecían en el libro referencias amables y leves, y en toda la trama de la obra parecía traslucir una referencia a nosotros. Cuan-do me acordé de los escándalos que hace mi niña porque soy más alto que ella, tuve que

dej<'!r el libro y, medio divertido y medio

irritado, tuve que consolarme pensando que mi Martha no es una sirena, sino un her-moso ser humano. Y, a pesar de esto, no encontré el humor en las mismas cosas. Pe-ro no por esto te sientas descorazonada cuando leas esta pequeña anécdota. Y, casi

prefiero no hacerte partícipe de todos estos

alocados y serios pensamientos que cruzan mi mente.

Estas páginas, querida Martha, no han sido escritas en un solo momento. Ayer y esta noche, Eli y Schomberg estuvieron conmigo. En la visita de ayer vinieron con varias muchachas, y para evitar que pudie- 1

ran sospechar traté de mostrarme muy so-ciable, aunque hubiera preferido estar a solas. Mi único consuelo es ver a Schom-berg, pues sus honradas y vivaces

faccio-nes me recuerdan, con sonido y color, una inagotable serie de imágenes. ¡Qué hechi-ceras son las mujeres! Cada vez me es más agradable. Recibí

h

nota de despedida que me mandaste desde la. estación, y hoy su-pe por Eli las essu-peranzas nuevas de tu lle-gada. Tu hermano parece estar a gusto

(16)

•, 111

con nosotros; me ha sido imposible crear con él una amistad profunda, ya que no he tenido oportunidad de frecuentarlo a solas desde que nos separamos. Por otra parte. me drogo con mi trabajo. y sólo me queda la seguridad de que Martha seguirá sien-do mía mientras siga siensien-do Martha.

Mi querida y pequeña novia, si alguna vez dudé ante la posibilidad de unirnos pa-ra toda la vida, hoy no te dejaría sepapa-rarte de mi lado aunque cayera sobre mí la ma-yor maldición y tuviese que cargar su peso sobre mis espaldas. Por favor. trata de ro-bar a tu querida familia todas las fotogra-fías que te tomaron en la niñez. Ahora se me ocurre que debía haberme quedado con aquel viejo retrato que tenía tu madre, al menos hasta que volvamos a estar juntos. Si deseas algo de aquí o quieres que te haga cualquier recado, te pido que sólo te acuerdes de mí para tus encargos. Así soy yo de egoísta cuando me estoy enamoran-do. Escríbeme y cuéntame todo lo que ha-ces. De esta manera me será más fácil so-portar tu ausencia. Aprovecha tu estancia en Hamburgo para cuidarte, pues me gus-taría volverte a ver con aquellas mejillas que tienes en las fotografías de tu niñez.

El día ha terminado. mis cuartillas están llenas de garabatos y he de controlar el deseo de seguir escribiéndote.

Adiós. y no te olvides del desdichado al que hiciste tan increíblemente feliz. Tuyo.

Sigmund. Minna me envió recuerdos con Schom-berg.

30

Viernes. 14-7-1882. Bella amada. d u lee amor:

Tu graciosa carta, en la que me auto-rizas a ir en peregrinación hasta tus bellos ojos. me ha hecho sentir inmensamente fe-liz e inmediatamente me he puesto a empa-car para ir a saber si lo único que puedo esperar de ti es una mirada afectuosa o si me concederás un beso de tus labios. Y puesto que el viajero y forastero goza de toda clase de privilegios y concesiones, no te extrañe que no desee sólo uno. Recuer-da las palabras de un poeta anglosajón autor de muchas obras. alegres y tristes. y que también participaba en ellas: William Shakespeare:

]ourneys end in lovers meeting

E ver y wise man' s son doth K now ... ; agregando luego:

W hat is lo ve? 'tis not hereaf ter; Present mirth hath present laughter; What' s to come is still 'unsure; In dela y there lies no plenty;

Then comí kiss me, sweet and twenty, Y outh' s a stuff will not endure.

1

' )

(17)

Si no comprendieras estas líneas, con-sulta la traducción de A. W. Schlegel de

Lo duodécima noche, o lo que tú desees.

Si me lo permites, descenderemos del ele-vado arte poético a la prosa común y me dejarás decirte cuánto deseo estar junto a

ti. Tu hermana Eli me ha extendido

amis-tosamente su generosa mano en la que te-nía un billete que me llevará gratis hasta los límites de este Imperio. De allí sigue

el reino de la oobreza, pues tu elegido

tie-ne más. posibilidades para el Reino de los

Cielos que probabilidades de alcanzar las riquezas de esta Tierra. Así que no podré seguir viajando del mismo modo que al igual que empiezo, y si salgo de esta ciu-dad a las ocho de la mañana del domingo. no me esperes en Hamburgo antes del martes a las 5.46 de la tarde. Incluso, qui-zas que tarde aún más, pues los enredos ferroviarios son un hueso duro de roer pa-ra mí. y ninguno de nuestros aliados sabe cómo encontrar la salida de este laberinto de trenes. En la mañana temprano, des-pués de haberme refrescado y lavado para que no me veas como un moro, saldré lo antes posible para W andsbeck. donde mis enemigos te guardan como a un rehén. Con-fío en que este encuentro sea casual. Ojalá que estés aún en el bosquecillo, pues me gustaría saludarte sin que nos contempla-ran otros ojos. Has olvidado, desgraciada-mente, decirme acerca de la distancia y de los medios de comunicación. así como de confirmarme tu presencia en el bosqueci-llo. ojalá me aclares estas dudas en tu car-ta de mañana.

Otra vez, el futuro se cuidará solo, por lo que no escribo más sobre el tema.

Si tu primo Max demuestra su amistad

llevándote a la ciudad, le estaré eternamen-te agradecido aunque actuando de ese

modo sólo se limite a cumplir una obli~a­

ción hacia la Humanidad. Sin embargo. es-pero que no piense que tres son compañía. pues no encontrará ningún apoyo a esta teoría en tu misántropo amado, y se le pedirá en forma amistosa que nos deje es-tar solos. No deseo besarte bajo la mirada de un extraño, ni sabría que decir estando él con nosotros. No podrá negar que el dejarnos solos es lo más sensato. Para que sepas lo que puedes esperar de tu amado, te diré que no tengas esperanzas grandes de él. Llevaré puesta una chaqueta gris deformada y no muy agradable a la vista, pantalones claros, y hoy compraré un som-brero gris de fieltro parecido al de tu her-mano, pero más barato.

La maleta de viaje de tu hermano con-tiene el mínimo de ropa blanca con la que

un hombre mantiene cierta limpieza, y en

cuanto a mi abrigo, está santificado con tu

contacto. También conoces el tosco bastón. la cartera en la que llevo tu fotografía, y el dedo con el anillo; todo esto más algún dinero conseguido que nos permitirá sub-sistir en tu inhospitalaria ciudad natal. Sin embargo, creo que será suficiente para nuestra felicidad si nos presentamos como unos novios ante el sol que baña con su luz

todas las cosas, y que así demos el

ejem-plo a nuestros hermanos y hermanas me-nores. Cierta joya espera el día de tu cum-pleaños y atrae mis miradas una y otra vez cuando paso ante ella, pero no me atrevo aún a comprarla y llevarla conmigo. por lo que tendrá que esperar hasta el 4 de agosto. De esta forma, tu caballero andan-te llegará sin otro equipaje que su

(18)

cora-•, '·· ,,,

zón amante y desprovisto de armas,

ha-biendo dejado el veneno y la daga en casa

a disposición de un posible rival. Estoy

impaciente por verte y hablarte de mi

de-voción hacia ti. y de que en caso necesario

estoy dispuesto a protegerte y defenderte

contra amigos y enemigos. Y a sabes que salí

bastante bien librado de cierta escaramuza

y espero que mi enemigo de Hamburgo me

evite nuevos conflictos mediante una

ho-nesta desaparición.

¡Oh maldito estilo medieval! Lo uso hoy.

pero no volveré a hacerlo nunca. Y es que.

en verdad. me siento como un caballero

andante realizando un viaje hacia su ama~

da princesa, a la que guardase cautiva su

pérfido tío. Sin duda te habré aburrido, dul~

ce Marty; sé tolerante. Si supieras cuántas

locuras se alborotan dentro de mí a cada

momento. . . No obstante, trataré de

lle-gar hasta a ti con la necesaria cordura.

Con gran alegría por mi parte, mi vida,

Schomberg ha regresado.

Una vez más, un beso anticipado, ángel

mío, una vez más. Quizá mañana pueda

escribirte desde la ciudad de Modling.

Después, el pago será al contado.

Deseando que nuestra reunión sea feliz,

tuyo,

Sigmund.

34

Tetschen 12, domingo, 16~7~1882.

Ocho de la mañana. Mi dulce y pequeña novia:

¡No te imaginas lo bello que es esto, y lo hermoso que sería aún más estando contigo! El curso del Río Elba, que es aquí todavía un pequeño riachuelo, me enseña el camino hacia ti. Altas montañas, algunas llenas de árboles y otras desnudas, de formas extra-ñas; agradables casitas que no parecen

haber sido construídas para habitarlas,

si-no como castillos de naipes, todas

alinea-das a lo largo del río, y unos cuantos edifi-cios orgullosos que contemplan desde las laderas el panorama de la montaña como si no tuvieran nada que ver con el resto del pueblo. Uno de ellos se yergue solitario en la cima de una montaña, y debe ser un castillo, un convento o algo parecido. No me imagino qué puede ser. A la izquier-da está la ciuizquier-dad de Bodenbach; a la derecha, la de Tetschen, y, entre ellas, dos puentes, uno para el ferrocarril y el otro para que los "eruditos de paso" puedan ir a ver a sus amadas. En el se-gundo tuve que pagar un peaje de dos

K reutzer, pero no me importó, alegrándo~

me de no haberme roto una pierna. Ultima-mente he estado contando un montón de

\

(19)

mentiras. Crucé el puente y fui a Tetschen porque en Bodenbach no había ningún ca-fé donde pudiera escribirte. Resulta que tengo que quedarme aquí hasta las dos de la madrugada y que no llegaré a Hambur-go hasta las dos y media de la tarde del martes, sin que sepa realmente si podré verte ese día, por lo que estoy completa-mente mortificado. Bueno, no completamen-te, sólo a medias, como un rosbif. Pero volvamos a Bodenbach. Hay una especie de sagrada quietud dominical que se puede sentir por todas partes, y suenan las cam-panas, no sé por qué; las calles están lim-pias, la gen:te es agradable, los viejos tie-nen el aspecto que yo había atribuído al Christian Fürchtegott de Gellert y los

mu-chachos son sencillos, como si ellos tam

-bién sintieran hoy el temor de Dios. En medio de la plaza del mercado hay una

piedra cuadrada que quizás s~a la tumba

de algún viejo rey sajón, pero, probable

-mente, no sea así. Y, en realidad, no me

importa lo que pueda ser. Me conformo con poder caminar por aquí de un lado a otro sin que nadie me pregunte: "¿Quién le regaló ese anillo que lleva puesto?"No pienso quitarme el anillo hasta que tenga que ocultarlo otra vez en Viena. Iba a decirte que andaba buscando un café. En-tonces vi en la calle a una muchacha

ro-lliza y de mejillas sonrosadas, a la que le

pregunté: "Bella dama -aunque añadí:

no os ofendáis , y continué-: ¿Podríais decirme dónde puedo encontrar un café?" Y, no lo creerás, estaba delante del café y la muchacha parecía ser la camarera o la hija del dueño. Y aquí estoy, único cliente, en una habitación donde hay varias sillas y mesas. Se demoran un cuarto de siglo en

traer un café y dan muy poco azúcar con

él. Mi Marty, me tendrás tú que dar más

azúcar. Sin embargo, el bizcocho estaba bastante bueno. Pedí dos trozos, pues soy

un derrochador, y uno de ellos me lo

co-meré en tu honor. Y si no termino pronto esta carta, tendré que dejar todo el poco dinero que llevo en este café para pagar

la luz, la tinta y el uso del moblaje. Por

eso, las cosas bellas que aún tengo para

decirte, tendrán que continuar

permanecien-do en mi mente. Estos garabatos y yo com-petiremos para ver quién llega primero ante ti. Viajaremos en el mismo tren y des-pués principiará el período de felicidad, la época de gozo grande y único, en la que estaré con mi amada, época ya tan cerca-na que estoy queriéndome hacer a la idea; durante todo este tiempo pasado, no ha-biéndome llegado a creérmelo del todo. me acosaba el temor que ha cantado el

poeta: ''Tierra, no te hundas", etc.

Por ahora, dulce Marty, adiós.

Hasta la vista. Tu feliz amado, Sigmund.

(20)

Viena, lunes, 14-8- 1882. Mi dulce Marty:

No he tenido ni un solo minuto libre para poder escribirte en todo el día, por esto mi carta tiene que ser nuevamente no<;:turna. De todos modos, hacía mucho tiempo que no me sentaba a escribirte por la noche. Como sabes, el pobre ser hu-mano siempre siente más necesidad de cari-ño por las noche& que por las mañanas,

bue-no ... , hay tantas razones que sería inútil

mencionar alguna de ellas.

Mi preciosa amada, después de mucho tiempo hemos ido al Prater, y no me refie-ro al Bund, sino más bien a mi familia. Nos convidó mi padre para contrarres-tar otros momentos menos agradables. Cuando no está quisquilloso, que desgra-ciadamente suele ser lo más común, es de lo más optimista y más aún que cualquiera de sus familiares jóvenes. A medida que va pasando el día resucitan ante mí recuer-dos agradables, más melancólicos por lo que me sugerían. Aquí o allá donde he-mos estado juntos tantos días, iba sintien-do cómo aumentaba nuestro amor respec-tivamente. Recordaba donde habíamos co-mido y bebido cerveza, y hasta cuando nos dimos las manos y yo me quedé lleno de

38

impaciencia esperando el momento de

po-der levantarme y tener nuevamente a mi

niña sólo para mí.

Entonces yo había sido muy tímido, y sólo besé a mi Marty muy pocas veces, pues no entendía claramente lo que se ha convertido ahora en la única y más natu-ral condición de mi vida: que he ganado a una muchacha única e incomparable. El

Prater es un paraíso. Sólo el bosquecillo

de W andsbeck en

él

que estuvimos solos

como Adán y Eva, exceptuando cierto

nú-mero de animales (inofensivos en

conjun-to), algunos venerables clérigos, varias

viejas inquisitivas, pero discretas, y

tam-bién unos cuantos animales útiles, como las vacas que daban leche, amén de las

cama-reras que nos servían bizcocho y mante

-quilla, etcétera. Eva llevaba un vestido

ocre, como correspondía al tiempo desde la

aparición de la vez anterior, y se

adorna-ba con un gran sombrero que conservaba

un tímido equilibrio sobre su cabeza, y el Todopoderoso había sembrado hermosos y altos árboles bajo los cuales había ban-cas que teníamos a nuestra disposición, sin que se nos apareciese por parte alguna, un ángel armado con espada de fuego. A mi

lado, sentado, estaba un delicado angelito

con ojos color esmeralda y cuyos dulces labios se negaban a permanecer cerrados. y tenían oue estarlo a fuerza de besos,

re-cibiéndolós, sólo, muy raramente, porque esto sucedía por la mañana ... , y aún así, todo esto resultaba perfectamente hermo-so, pero aún creo que habrá cosas más

bellas. ¿Te imaginas ya en el día de tu

lle-gada? Sólo faltan quince días, y pro-cura que no pase uno más, pues de lo con-trario mi egoísmo se rebelará contra tu

(21)

"'

111

madre y Eli-Fritz, y haré tal escándalo

que todo el mundo se enterará. Que quede bien claro que cuando regreses volverás a mí, aunque tus sentimientos familiares se

rebelen contra esta idea. De ahora en

ade-lante no eres sino un huésped de tu fami~

lia. al igual que una joya que hubiese em-peñado y que recobraré en cuanto tenga el dinero para ello. Pues ¿acaso no ha sido establecido ya desde tiempos muy

remo-tos que la mujer dej~rá a su padre y a su

madre y seguirá al hombre amado? No

debes entristecerte, Marty. ni luchar

con-tra ello. Por mucho que ellos te quieran, no renunciaré a ti, ni creo que nadie te me-rece. No hay otro amor que pueda

compa-rarse con el mío.

¿Qué tal por Wandsbeck? ¿Recuerda

alguien a tu admirador? ¿Existen personas

que aseguran habernos visto juntos?

Fuis-te tan audaz. mi adorable niña ... ¿Estarás

dispuesta a arriesgarte también aquí? No,

creo que debas ser, tan atrevida aquí como

lo fuiste ahí. ni quiero pedírtelo; pero

oca-sionalmente, me imagino que podrá

ocu-rrírsete algún pretexto. ¿Lo harás? "¡Oh,

no hablemos ahora de lo que va a pasar en Viena!" Pero, niña intolerante, ¿qué quie-res que haga si pienso en ello

constante-mente? ¿Te está gustando el concurso

co-ral? ¿Y has podido quitarte la costumbre de darte vueltas al anillo a cada momento?

Hoy me di a mí mismo un certificado médico, útil para todos los efectos. y

ma-ñana volveré a empezar a trabajar. Los

pa-sos son cortos y largo el camino, pero

lle-garemos, y entonces podremos pasearnos por las calles cogidos de la mano. ¡Qué ma-ravilla será esto!

Me gustáría saber lo que vas a hacer

en este momento. ¿Quizá detenerte en el jardín y lanzar tu mirada hacia la calle de-sierta? ¡Ay!. ya no puedo volver a pasar por allí y oprimir tu mano. La alfombra mágica que me llevaba hasta ti está des-trozada. los caballos alados guiados por hadas, y aun estas mismas dulces damas. ya no vuelven, ya no es posible conseguir

poderes mágicos; el mundo es prosaico, y

todo lo que se pregunta se resume en esta frase: "¿Qué es lo que quieres. hijo mío? ...

Lo tendrás pero. a su debido tiempo". La

única palabra mágica es: paciencia. Y al decir esto recuerda cuánto pierde cada co-sa al no poder obtenerla al momento, y tenemos que pagar su precio con nuestra juventud. Buenas noches, mi querida Mar-ty. Siempre tuyo,

(22)

"

,,

Viena, jueves, 17-8-1882. Mi amada niña:

Hoy hace ya un mes que mis ojos te es-piaban mientras estabas sentada en la te-rraza de la casa de Philipp. cuando aún

no nos conocíamos, y llevamos dos

me-ses siendo novios. Desde entonces han ocurrido, muy pocas cosas que puedan contribuir a la unión que aspiramos en

realidad. Sin embargo, tampoco hemos _

des-perdiciado el tiempo. Eramos extraños y

te-níamos que conocernos y vivir algunas co-sas juntos, lo cual hemos conseguido, y si los dos podemos conservar nuestra buena salud y no se ocupa algún demonio de destruir nuestros sentimientos, los siguien-tes aniversarios mensuales nos encontra-rán más avanzados en nuestro destino. Para ti, pobre amada mía, la esperanza de ir ha-cia un futuro mejor tendrá de compensar-te por los muchos sacrificios que haces por el momento. Para mí, el valor que tuve pa-ra cortejarte se ha visto ya satisfecho con mi buena suerte. Si me permites una peti-ción, te ruego que no seas taciturna ni re-ticente conmigo, sino que, compartas con-migo cualquier infortunio que podamos superar y soportar juntos como ami-gos y buenos compañeros. Siempre he

ac-42

tuado así, a veces como consecuencia de tu naturaleza delicada, y tú me has dicho que estabas de acuerdo con mi forma de ser. Si al obrar así te he causado alguna mo-lestia, sé que mis esfuerzos por compar-tirlo contigo íntimamente ha sido posi-ble, y me alegra que no hayan caído en tierra baldía. Si esto puede considerarse egoísmo, hay que pensar que el amor,

des-pués de todo, sólo puede ser así.

Sólo la influencia de mi mal humor ha-bitual me lleva a referirme a estas cosas. ya que actualmente no existe discrepancia

entre nosotros, ni yo albeq¡o el temor de

que pueda aparecer, desechando la posi-bilidad de que en el futuro cualquier acon-tecimiento lograra separarnos. Sólo me duele mi incapacidad para poder demos-trarte mi amor, pero mientras mantengas la fe en mí y me ames -y sé que en ambas cosas eres honesta-, no hay duda que nos llevaremos bien y seremos capaces de gozar tiempos mejores. No te molestes por mi actitud tan seria Marty, pues ya sabes que, en cambio, suelo ser alegre cuando es-tás conmigo.

Cariñosos saludos y en espera impacien-te de ese monstruoso mes, que tan pronto se desvanecerá en el pasado.

Tuyo,

Sigmund.

(23)

Viena, 25-9-1882. Para mi querida Marty:

Comienzo a escribirte sin esperar tu car-ta, para contarte más sobre mí y los traba-jos en que estoy, ya que nuestras relaciones personales no me permiten decirte todo lo que me gustaría. Voy a ser franco y con-fidencial contigo, como debe ser entre dos personas que se han unido para amarse. Mas como no deseo seguir escribiéndote

sin tener respuesta tuya, dejaré de hacerte

semejantes confesiones mientras no reciba tu contestación. Las continuas elucubra-ciones internas relativas a la persona que uno ama, y que no son atenuadas ni remo-zadas por la presencia de dicha persona, conducen a falsas conclusiones sobre la mu-tua relación y aun al rompimiento cuando, al encontrarse de nuevo, uno se da cuenta que todo es diferente a lo que uno había imaginado. Tampoco me encontrarás siem-pre cariñoso, ya que a veces pareceré serio

y franco, como es lo correcto entre amigos.

Pero al actuar de esta forma creo qU'e no

te sentirás privada de anhelos y de que te será fácil distinguir entre quienes te juz-gan según tus propios méritos y los que te malcrían tratándote como si fueras tan sólo un juguete deleitoso.

Te ruego que no creas, dulce amada, que

te encuentro defectos. Lo único que deseo, es que entre nosotros no existan secretos.

Tú sabes que desde el primer momento en

que empezó nuestra unión tuvimos que cam--biar en cierta forma nuestra manera de ser, cada uno respecto al otro. Quizá me permi-tas decirte y explicarte los aspectos en que la Marty de ayer parece no haber cambia-do aún del tocambia-do en mi amada niña.

Hasta aquí podrías pensar: "Que no es-tá satisfecho conmigo". Y quizá hasta te caiga una lágrima. Pero no actúes así, re-cuerda que, ante situaciones parecidas, he-mos de actuar por igual.¿Acaso yo no llora-ría si tú me reprendieses? Nos hemos echa-do sobre las espaldas una tarea difícil, y en su realización debemos apoyarnos y ayu-darnos mutuamente. Las palabras de amor no pueden corregir esto, ni supone la exis-tencia de cosas desagradables. Nuestra mutua ayuda supone que habremos de com-partir todos los problemas que aparezcan en nuestras vidas, y, en mi opinión, hasta ahora, todos han exigido y esperado de la amistad cosas agradables. contentándo-se al final, él o ella, estando muy felices. En agosto, cuando estuve enfermo Eli vino a verme; me preguntó con tono de repro-che por qué, estando tan enfermo, no in-gresaba en el hospital, en lugar de ser un peso para mi familia. No me gustaría que nosotros pensemos así el día de mañana, amor mío. No pretendo únicamente pasar contigo sólo horas placenteras, pero de-seo seguir convencido y convencerte de que nos queremos y hemos de intentar com-prendernos en la mejor forma posible en-tre dos seres humanos.

(24)

una vez he sentido que no te mostraste del todo justa conmigo y me ofendiste pro-fundamente: Sucedió esto cuando sin tener-me en consideración. te negaste a romper tu amistad con Fritz o hacia Fritz Wahle. Con paciencia logré que, al fin, pusieras término a la misma. Entonces me daba cuenta de que querías con nobleza man-tener tu independencia y me contabas sólo lo que creías que yo debía saber. Quizás algún día estarás de acuerdo plenamente conmigo sobre este punto, pues ese día mostraste una gran desorientación. Espe-remos que tales hechos no vuelvan a suce-der jamás entre nosotros. También me com-prenderás si te digo que: antes del ser amado, existe todavía un escalón superior: el del amigo. y que sería una horrenda pér-dida para los dos si yo me decidiera a amarte únicamente corno a una novia y no corno a un igual; es decir, quererte co-rno a alguien a quien tuviera que ocultar mis pensamientos y opiniones o. en suma. la verdad. Te ruego aceptes la mano que te tiendo con el mayor cariño y confianza y espero que te portes conmigo como yo lo hago contigo (1).

(1) Sin firma.

46

() ;

Viena, 13-7-1883. ¡Jardinero Bünsow, ser dichoso, ya que tienes el privilegio de alojar a mi dulce amada! ¿Por qué no seré jardinero, en lu-gar de médico o escritor? Tal vez aún ne-cesites un joven que se ocupe para ti en el jardín, y yo pudiera brindarme para dar los buenos días a la princesita y para cam-biarle un beso por unas flores.

Pero ya sabes que esta carta no va diri-gida al jardinero Bünsow, sino a ti, a mi Marty, a mi Cordelia-Marty, ¿Por qué Cordelia? Ya te lo explicaré después. ¿Te interesa saberlo, adorada mía? Espero que tu garganta ya esté mejor, y confío en que así sea para cuando recibas esta carta. Me alegro de que me lo contaras, pero no de que te pusieras mal. Si no se acentúa, no dejes que te mimen ni te abrigues dema-siado con bufandas y chales, pues creo que es tratamiento un tanto anticuado. para una enfermedad un tanto insignificante, y no creo que pueda producir resultados po-sitivos.

Espero tus noticias con gran interés, y supongo que estarás comiendo bien, aun-que sea a escondidas, y si necesitas algún dinero. dulce niña. puedo conseguirte algo para ello.

Hoy fue uno de los días más calurosos y 47

(25)

fatigosos de toda esta época. y casi me vol-ví loco de cansancio. Y lo único que nece-sitaba era descanso y fui a ver a Breuer de cuya casa acabo de regresar. bastante tarde, como verás. El pobre tenía un fuerte dolor de cabeza y estaba tomando salicila-to. Al verme, lo primero que hizo fue man-darme inmediatamente a la bañera. de la

que salí rejuvenecido. Lo primero que

pen-sé al aceptar su húmeda hospitalidad, fue: Si Mart y estuviera aquí, diría: "Esto es lo que también hemos de tener nosotros". Tienes razón, niña mía, y por mucho tra-bajo que me cueste la tendremos, siempre que continúes amándome durante todo el tiempo. Después fuimos a cenar arriba, en mangas de camisa (ahora estoy con una bata algo más cubierto) , y luego sostuvi-mos una prolongada conversación médica sobre la vesania moral. las enfermedades nerviosas y los casos clínicos extraños de algunos pacientes; hablamos de tu amiga Bertha Pappenheim, y luego cambiamos el tema hacia algo más personal e íntimo. El me contó muchas cosas de su mujer e hijos, haciéndome prometer que sólo te lo contase: "después que te hayas casado con Martha". Al llegar a este punto le abrí mi corazón y le dije: "Esta misma Martha, que actualmente está en Düsternbrook con la garganta mala, es, en realidad, una dul-ce Cordelia, y existe ya entre nosotros una gran intimidad y nos contamos todo". En-tonces él me dijo que también llamaba así siempre a su mujer, porque ésta era incapaz de demostrar afecto hacia otras personas, incluyendo a su padre. Y los oídos de ambas Cordelias, una de treinta y siete años y la otra de veintidós, deben de haberles estado silbando mientras

hablá-1

'-_}

bamos de ellas con tanta ternura.

Ahora me despido. porque me estoy que-dando dormido.

Tuyo.

(26)

'1

111

Viena: 28-8-1883. El martes por la noche. Mi preciosa niña:

Hoy acudí junto a mi paciente sin saber de dónde sacaría la simpatía y atención necesarias. Me sentía incapaz y apático. Sin embargo, esta impresión se desvaneció cuando empezó a quejarse y yo a darme cuenta de que tengo aquí una función y cierta influencia. No creo que antes lo haya atendido con tanto tacto ni haberle hecho tan buena impresión. El trabajo es real-mente una bendición. Ahora me siento a gusto y tranquilo, habiendo decidido ser severo conmigo mismo para no caer nue-vamente en semejante estado de debilidad. El sentimiento y eficacia es, sin duda, lo mejor que un hombre puede hallar en sí mismo. Y es parecido a lo que el poeta es-cribió en las líneas:

News trength and heart to meet the world incite me,

The woe of earth, the bliss of earth, invite me ...

El mismo estado de ánimo se encuentra en otro poeta aún de mayor maHnitud, que

so

le dio la más alta expresión posible con las siguientes palabras:

Let us consult,

What re-inforcement we may gain from hope;

lf n.ot, what resolution

f rom despair.

Y o no puedo imitarlo, pues no debo mal-gastar este estado de ánimo en una batalla definitiva, sino más bien atesorarlo para una lucha prolongada y tenaz llena de pe-queñas empresas aisladas.

Y a me siento bien de nuevo y con la re-novada capacidad de apreciar debidamen-te el valor que debo concederle a las co-sas, alegrándome de que aun en los días más pesimistas seguiré pensando en ti con igual ternura que la que siento hoy. Qui-zá exista un amor más flexible que el que yo tengo por ti, pero dudo de que exista otro que sea tan profundo. Cuando me mo-lesto contigo, como me ocurrió cuando me comunicaste tus ideas de viaje, tal enfado desaparece apenas se cristaliza en palabras y no me gusta guardármelo, pues en tal caso se afianzaría en mi interior y no po-dría ser cauterizado por medio de la ex-presión. Y a tienes prueba de ello. Mas no hablemos más de mí; introspección y la pre-sunción forman también parte de este1

esta-do de ánimo.

No me fue fácil encontrar sosiego hoy. Al llegar a casa me dijeron que mi madre había estado esperándome dos horas y ha-bía dejado un pequeño regalo para mí y también el recado de que fuera al Prater, pues mi padre se marcharía mañana ... Pero creo que no lo hará hasta por la

(27)

che. No puedo soportar la compañía de na-die durante largo tiempo, y menos aún de mi familia. En realidad, soy sólo una per-sona a medias, .-en el sentido de la vieja fábula platónica, que sin duda conoces.-, y en cuanto no realizo una gran actividad, mi herida me duele. Después de todo, ya nos pertenecemos, y si nos peleamos -lo cual es también parte del amor.-, que sea en la intimidad.

¿Qué más me sucedió hoy? ¡Ah. sí! Mi librero vino a verme para preguntarme si debería aceptar un libro que su mismo autor desea traducir del inglés, idioma en el que fue originalmente escrito. Como la cuenta que le debo es bastante alta, me alegro de haber podido establecer una relación

per-sonal. El libro tiene bellas ilustraciones y

le voy a aconsejar que lo acepte. Espero que me regalará un ejemplar de la traducción. Desgraciadamente, no es nada que pueda interesarte, pues es sobre histología pato-lógica. ¡Oh mi preciosa novia, qué cosas tan estúpidas y poco interesantes te cuen-to! Voy a escribirte una historia graciosa, pero no debes apenarte. Al llegar a casa encontré una carta de un amigo que a me-nudo viene a verme (en privado),

pidién-dome que le prestara otro Gulden hasta

primero de mes, agregando que se lo

de-jara al portero, y que si no tenía un

Gul-den entero, le prestara sólo medio, pues lo

necesitaba con urgencia y me prometía que el día primero me pagaría todo. Cuan-to tenía en aquel momenCuan-to no llegaba ni a lo que me pedía y no podía ofre-cerle esta suma. Decidí, por tanto, y ya que mis "banqueros" habituales no es-taban en casa, hacerme el encontradizo con un colega que me debe una suma

con-siderable y que debía pagármela a fines de este mes.

Pero no lo hallé. Me estaba entrando hambre y tenía que ir al Prater. Afortu-nadamente, encontré allí a otro colega, al que inmediatamente le pedí prestado un Gulden, que pudo prestarme; pero, era ya demasiado tarde para enviarle una parte del mismo a mi otro amigo, de mo-do que hoy no pude entregarle nada, aunque, si mi otro deudor me paga maña-na, le daré algo. Algún día, quizás él y yo seremos ricos; ¿no te parece, Marty, que ésta es una extraña vida de gitanos? ¿O acaso no te gusta este humor y prefie-res llorar mi pobreza? No lo tomes dema-siado en serio. No vayas a vender tus jo-yas para salvarme, volveré a ser de nuevo hombre adinerado.

Y ahora, buenas noches, dulce princesa; si te he escrito en tono un tanto imperso-nal y mostrándote quizás un poco menos de afecto, es porque tengo un pequeño plan ... , y ya puedes imaginar cuál es.

Tuyo,

(28)

Viena, martes, 4-9-1883. Por la noche. Mi adorada niña:

Me imagino por qué no he tenido carta tuya hoy. Hace dos días supiste que esta-ba nuevamente enfermo y, preocupada, decidiste esperar a recibir la carta siguien-te. Estaba enfermo cuando te escribí hace cuatro días, pero ya me encuentro bien y quiero contarte mis planes de viajero. Des-dichadamente, no viajaré hacia donde tú estás, mi dulce niña, pues aún no soy lo suficientemente rico para poder hacerlo. Así que no podré por ahora verte, pero de todas maneras deseo consultártelo y que me digas lo que piensas. Tengo posibili-dades de acudir a dos grandes invitacio-nes: la primera consistirá en visitar a

Brust, en Baden. Vino con su hermano, y

me dijo que tenía la intención de que nos en-contrásemos en la calle Kaiser Joseph. Po-dría quedarme con ellos ocho o diez días

y no gastaría en el viaje más que un

Gul-den. Por otra parte, la alimentación me

sal-dría igual que aquí. Brust me ha propuesto incluso presentarme en el restaurante como hermano suyo. igual que hizo hace dos años, para que los camareros no acep-ten propinas mías; pero esta vez no lo to-leraré.

54

La otra sugerencia es más original: el doctor Widder insiste en que lo acompa-ñe el 15 a estar con él dos semanas en su pueblo natal, cerca de Kaschau, donde no haremos otra cosa que comer uvas. Y o iría en plan de invitado de su familia. El

via-je cuesta de 50 a 60 florines; y como

via-jaría en calidad de Oberarzt, sólo me

cos-taría la mitad, y probablemente podría incluso conseguir un billete gratis, hacia Zuckerkandl, y de allí a Pest, y así ahorra-ría un poco más. Por lo tanto, el viaje me costaría en total sólo diez florines más de lo que gasto aquí en una semana; pero todo esto me serviría para conocer Pest y los Cárpatos y vivir durante diez días corno un gitano, totalmente olvidado de la medici-na. Esta última invitación tiene muchas co-sas en su favor, pero supone un gasto de tiempo y dinero que no ocurriría en la pri-mera. ¿Por cuál me decido? Te confieso lo que he decidido y enumeraré las circuns-tancias que tendré que tornar en cuenta. En primer lugar, Breuer regresará y me quita-rá a K ... de en medio. Para entonces, éste ya habrá pagado, y todo depende de si los honorarios se aproximan más a treinta o a cincuenta. En segundo lugar, Breuer qui-zá tenga alguna idea que me sea útil o que no pueda rehusar. Es momento de tener un

sueño loco~ supón que K . . . recompense

mis esfuerzos del mes de agosto

pagándo-me cien Gulden. Entonces podría

quedar-me en Baden y de allí a Kaschau y luego

marcharme a Wandsbek. ¡Ay mi querida niña, creo que no hay esperanzas! Tendría que pagarme a siete florines ( ¡ ! ) la visita.

Si lo hubiera curado ... ¿Por qué no lo

hi-ce? Y a propósito, aún no nos hemos pues-to de acuerdo sobre nuestro encuentro.

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