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Tiene Gracia. La Alegría, El Humor y La Risa en La Vida Espiritual - JAMES MARTIN SJ

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Colección «E

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292

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J

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Tiene gracia…

La alegría, el humor y la risa en la vida espiritual

SAL TERRAE

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Título del original en inglés:

Between Heaven and Myrth. Why Joy, Humour, and Laughter Are at the Heart of the Spiritual Life

Publicado por HarperOne, an imprint of HarperCollins Publishers,

a quien agradecemos su autorización para su traducción e impresión en español

© 2011 by James Martin, SJ

Traducción:

Milagros Amado Mier

© 2012 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria)

Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 201 salterrae@salterrae.es / www.salterrae.es

Imprimatur:

✠ Vicente Jiménez Zamora Obispo de Santander

30-11-2011 Diseño de cubierta: María Pérez-Aguilera

www.mariaperezaguilera.es

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida, total o parcialmente,

por cualquier medio o procedimiento técnico sin permiso expreso del editor.

ISBN: 978-84-293-1977-4 Depósito Legal: Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya)

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A mi madre y a mi padre

que me enseñaron a reír;

a mi hermana y mi cuñado,

que se ríen conmigo;

a mis sobrinos,

que me hacen reír;

y a mis hermanos jesuitas y a mis amigos,

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Índice

Agradecimientos Introducción

1. El signo más infalible.

La alegría y la vida espiritual

2. ¿Por qué tan triste?

Breve pero exacto exmen histórico de la seriedad religiosa – Digresión sobre la alegría. El Salmo 65

3. La alegría es un don de Dios.

El humor de los santos

4. La felicidad atrae.

11½ serias razones para el buen humor

5. Mi despertar.

Cómo la vocación el servicio y el amor pueden llevar a la alegría – Digresión sobre la alegría. La Visitación

6. Reír en la Iglesia.

Recuperar la alegría en la comunidad de los creyentes

7. No soy gracioso, y mi vida es un asco.

Respuestas a los mayores desafíos para vivir una vida feliz

8. Dios me ha traído la risa.

Descubrir el placer en tu vida espiritual – Digresión sobre la alegría. 1 Tesalonicenses

9. ¡Estad siempre alegres!

Introducir el amor, la alegría y la risa en la oración Conclusión. Prepárate para el cielo

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L

Agradecimientos

A ALEGRÍA BROTA DE LA GRATITUD, y yo estoy inmensamente agradecido a diversas personas que me han ayudado con este libro. En principio quiero dar las gracias a los expertos y a los amigos (y a los expertos-amigos) que han leído los borradores de este libro en sus primeros estadios y me han ayudado con sugerencias, enmiendas y, muy a menudo, correcciones. De manera que muchísimas gracias a Daniel J. Harrington, SJ, Thomas J. Massaro, SJ, James Keane, SJ, Christopher Ruddy, Grant Gallicho, David van Biema, Robert Ellsberg, James D. Ross, Carolyn Buscarino y Maureen O’Connell.

Me gustaría dar las gracias también a la hermana Edith Prendergast y a sus colegas del Congreso de educación religiosa de Los Angeles, reunión de católicos que tiene lugar cada año (aunque parezca mentira, no en Los Ángeles, sino en Anaheim). Este libro tuvo su génesis en unas conferencias que fui invitado a pronunciar varios años.

En lo que respecta al material especializado de este libro, quiero dar las gracias a los expertos a los que he recurrido para hablar de la alegría, el humor y la risa. De manera que, alegres gracias a Daniel J. Harrington, SJ, Richard J. Clifford, SJ, Harold Attridge, Amy-Jill Levine, el reverendo Martin Marty, los rabinos Daniel Polish y Burton Visotzky, y el jeque Jamal Rahman, así como a todos cuantos trabajan en las «trincheras», incluido el pastor Charles Hambrick-Stowe de la Iglesia Unida de Cristo, la reverenda Ann Kansfield, de la Iglesia Reformada Holandesa y el reverendo David Robb, de la Iglesia Unitaria.

Gracias también a las siguientes personas que me han ayudado en áreas adicionales de investigación específica en sus ámbitos de especialización: Lawrence S. Cunningham, Jordan Friedman, James Palmiginano, OCSO, y Michael O’Neil Mc-Grath, OSFS. Gracias a Cal Samra, editor de Joyful Noiseletter, por su lista de versículos alegres del Nuevo Testamento; a Drew Christiansen, SJ, por indicarme extractos de santo Tomás de Aquino sobre las emociones (así como la obra de Donald Saliers); a Tom Beaudoin, por hablarme del maravilloso ensayo sobre la risa de Karl Rahner; a Thomas Fitspatric, SJ, por alertarme sobre el tema de la alegría en Nehemías; a Paul Pearson, por recordarme cómo se reía Thomas Merton; y a Robert Ellsberg, por descubrirme al beato Jordan de Sajonia. Y en lo que atañe a mi examen de la psicología de la alegría, el humor y la risa, quiero dar las gracias a William A. Barry, SJ, y Eileen Russell.

Gracias también a Rofer Freet, Julie Burton, Michael Maudlin y Mark Tauber de HarperOne, por su entusiasmo por este proyecto; a mi agente literario, Donald Cutler, por sus sabios consejos; a Carolyn Holland y Ann Moru, por su magnífica labor de edición; y a Heidi Hill, que es la mejor verificadora de datos del mundo. Gracias a Chris Keller y P.J. Williams, que me han ayudado escribiendo al teclado cuando mi síndrome

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del túnel carpiano se intensificaba (lo que equivale a decir que casi cada día).

Y sobre todo, gracias a Dios. Como dijo María: «Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador».

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M

Introducción

Excesiva ligereza

IKE ES UNA DE LAS PERSONAS más divertidas que conozco. Es un sacerdote católico de sesenta y tantos años que cuenta a sus amigos historias muy inteligentes, se jacta de una comicidad muy oportuna y adopta un gesto impasible de manera perfecta e inimitable. En la actualidad Mike es un catedrático muy popular en Fordham, Universidad católica de la ciudad de Nueva York, donde sus alegres sermones atraen a multitud de estudiantes a las misas dominicales. En presencia de Mike es casi imposible estar deprimido o desanimado.

Pero el contagioso humor de Mike no siempre ha sido valorado. Hace cuarenta años, los jesuitas –orden religiosa a la que Mike y yo pertenecemos– tenían una extraña costumbre que dejaba esto muy claro. En aquella época, los jóvenes jesuitas en formación debían confesar públicamente sus «faltas» a los miembros de su comunidad como un modo de fomentar la humildad. Esta había sido una práctica muy extendida en muchas órdenes religiosas, en especial monásticas. (Puede resultar extraño, pero, como reza el dicho, el pasado es un país diferente. Y el pasado de las órdenes religiosas es un mundo diferente).

Así que, por ejemplo, en la reunión semanal de los sacerdotes y los hermanos, un jesuita joven podía confesar que no había rezado las oraciones vespertinas, o que había dado cabezadas durante una homilía particularmente aburrida, o que había dicho cosas nada caritativas de otro miembro de la comunidad. Esto supuestamente ayudaría al joven jesuita a ser más humilde, a prestar más atención a sus defectos y a corregirlos con mayor interés. Además, todos los jesuitas jóvenes se confesaban con el superior de la comunidad.

Un día, Mike, que era conocido por su espíritu alegre, se sintió culpable. A primera hora del día, durante la misa, no podía dejar de reírse de algo que le resultó divertidísimo. Y sentía que había actuado de manera tonta y poco digna. Así que se encaminó al despacho del superior de la comunidad, un jesuita mayor que se había ganado a pulso su reputación de seriedad.

Mike tomó asiento y se preparó para su reconocimiento de culpa. «Padre –dijo–, tengo que confesarme de excesiva ligereza».

El sacerdote miró indignado a Mike, hizo una pausa y dijo: «¡Toda ligereza es excesiva!».

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EN ALGUNOS CÍRCULOS RELIGIOSOS, la alegría, el humor y la risa se ven del mismo modo en que este irascible sacerdote veía la ligereza: como excesivos. Excesivos, improcedentes, ridículos, inadecuados e incluso escandalosos. Pero un espíritu alegre no es ninguna de estas cosas, sino que es un elemento esencial de una vida espiritual sana y de una vida sana en general. Cuando perdemos esto de vista, dejamos de vivir la vida plena, verdadera e integralmente. De hecho, dejamos de ser santos. Y este es el tema de este libro: el valor de la alegría, el humor y la risa en la vida espiritual.

Este libro se gestó hace unos años, cuando empecé a dar charlas basadas en un libro titulado My Life with the Saints, un ensayo que cuenta la historia de veinte santos que han influido en mi vida espiritual. Enseguida noté algo sorprendente: dondequiera que hablase –ya fuera en parroquias, universidades o casas de ejercicios–, lo que la gente quería escuchar por encima de todo era que los santos eran gente alegre que gozaba de una vida llena de alegría, y cómo su santidad conducía inevitablemente al gozo. Y me asombró hasta qué punto parecía fascinarle a la gente la alegría. Era casi como si hubieran estado esperando que se les dijera que está bien ser religioso y disfrutar, que está bien ser creyentes alegres.

Sin embargo, muchos religiosos profesionales (sacerdotes, ministros, rabinos, etcétera), así como algunos creyentes devotos en general, dan la impresión de que ser religioso significa ser adusto, serio e incluso gruñón, como el superior de Mike («Siempre en tensión», me dijo Mike recientemente cuando le pregunté cómo era el susodicho). Pero la vida de los santos, así como la de los grandes maestros espirituales de casi todas las demás tradiciones religiosas, muestra lo contrario. Los santos son alegres. ¿Por qué? Porque la santidad nos acerca a Dios, origen de toda alegría.

¿POR QUÉ ME PREOCUPAN TANTO el humor y la risa desde el punto de vista espiritual?; ¿por qué he escrito un libro sobre este asunto? La reacción de toda esa gente no es lo único que me ha animado a estudia el tema, porque ha habido otro fenómeno igualmente persuasivo con el que me he topado continuamente: estas virtudes –sí, virtudes– desafortunadamente suelen escasear en las instituciones religiosas y en las ideas que la buena gente religiosa tiene de la religión.

Puede que sea oportuno poner en antecedentes al lector. He sido católico y cristiano toda mi vida, jesuita durante más de veinte años, y sacerdote más de diez. De modo que he pasado mucho tiempo viviendo y trabajando entre personas a las que podríamos denominar «religiosas profesionales». Durante los últimos veinte años en especial, he conocido a hombres y mujeres que trabajan en toda clase de entornos religiosos: iglesias, sinagogas y mezquitas; casas de ejercicios, colegios, universidades; rectorías, casas parroquiales y cancillerías; programas parroquiales de educación de adultos, encuentros interconfesionales y reuniones religiosas de todo tipo. Y me he encontrado y he hablado con miles de personas religiosas de casi todos los tipos. De manera que durante este tiempo he conocido a un sorprendente número de personas espirituales que son, en una palabra, adustas.

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No es que yo espere que los creyentes sean unos idiotas que deban estar risueños constantemente. La tristeza es una reacción humana natural ante la tragedia, y muchas situaciones de la vida requieren, e incluso exigen, una actitud seria. Pero he conocido a tantas personas religiosas con rostro amargado que me han hecho preguntarme por qué parecen creer que la ausencia de alegría es una parte necesaria de su vida espiritual.

Hace muchos años, por ejemplo, un amigo mío vivía con un jesuita que estaba finalizando su tesis doctoral. Una mañana, cuando mi amigo le dio los buenos días, el otro respondió abatido: «Por favor, no me hables. No voy a hablar con nadie antes de la hora de comer. La redacción de mi tesis es demasiado estresante». Y se marchó. Pero la falta de alegría no solo afecta a los sacerdotes y hermanos jesuitas (la mayoría de los cuales son tipos alegres). La falta de alegría afecta a todas las denominaciones y fes. «¡Mi ministro es tan irritable…!», me decía hace unos meses una amiga luterana, explicándome por qué andaba buscandootra iglesia. El año pasado di una charla a un numeroso grupo de católicos. Al terminar, una persona dijo aprobadoramente: «¿Sabe?, he visto al obispo reírse en su charla. Jamás le había visto hacerlo». Llevaba cinco años trabajando con el obispo.

Un cierto elemento de esa alegría probablemente está relacionado con los tipos de personalidad; algunos somos más alegres y optimistas de manera natural. Pero después de encontrar el mismo tipo de adustez una y otra vez durante veinte años en una amplia variedad de contextos, he llegado a la poco científica (pero yo creo que exacta) conclusión de que a esa falta de alegría subyace el hecho de que no se cree esta verdad esencial: que la fe conduce a la alegría.

Además, ese espíritu sombrío se ha introducido en la cultura de muchas instituciones religiosas. Es decir, que va más allá de lo personal, accediendo al ámbito comunitario. ¿Por qué ha sucedido esto? Se me ocurren unas cuantas razones.

Primero, nuestra idea de Dios suele ser la de un severo juez. Más adelante nos

referiremos de nuevo a ello, pero baste por ahora con decir que, cuando se considera el espíritu adusto que caracteriza a algunos grupos eclesiales, no sorprende en absoluto que uno de los sermones más influyentes en Norteamérica sea «Pecadores en manos de un Dios airado», en el que Jonathan Edwards truena: «A Dios no le falta poder para arrojar al infierno a los malvados en cualquier momento». Buena imagen de Dios, suficiente para borrar la sonrisa de la cara de cualquier creyente.

Segundo, y relacionado con lo anterior, la seriedad por encima de todo se considera

a veces como un objetivo esencial de la religión. Lo que está en juego es nuestra relación con el Creador del universo, nuestra obligación de no pecar, nuestra adhesión a un conjunto de regulaciones ordenadas por Dios y, dependiendode la terminología, nuestra salvación personal, a propósito de la cual se piensa, como decía san Pablo, «con temor y temblor».1 Y estas cuestiones difícilmente invitan a reír, dicen algunos.

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Las llamas abrasan ya ahora

Si el lector necesita un ejemplo de la severidad histórica de la religión norteamericana, ofrezco aquí un extracto del famoso sermón de Jonathan Edwards de 1741, «Pecadores en manos de un Dios airado»:

«[Los pecadores] son ahora objeto de esa misma ira de Dios que se expresa en los tormentos del infierno. Y la razón de que no vayan al infierno en cualquier momento no es que Dios, en cuyo poder están, no esté verdaderamente encolerizado con ellos, como lo está con muchas criaturas miserables que ahora están siendo atormentadas en el infierno y allí experimentan y soportan el furor de su ira. Sí, Dios está más encolerizado con otros tantos que ahora están en la tierra; sí, sin duda lo está con muchos que están ahora en esta iglesia, con quienes está más airado que con muchos de los que en este momento se encuentran en las llamas del infierno.

Por lo tanto, no es porque Dios se haya olvidado de su impiedad ni se indigne por ella por lo que no alza su mano y los elimina. Dios no es en absoluto como uno de ellos, aunque ellos así lo crean. La ira de Dios hierve contra ellos, su condenación no está en letargo; el abismo está preparado, el fuego ya está listo, el horno está caliente, dispuesto para recibirlos; las llamas abrasan ya ahora. La espada resplandeciente está afilada y suspendida sobre ellos, y el abismo ha abierto su boca bajo sus pies».

Tercero, muchas organizaciones religiosas parecen a veces más preocupadas por el pecado que por la virtud. Algunos líderes religiosos creen que deben indicar todos los

modos en que sus seguidores pueden caer, en lugar de sugerir los modos en que pueden desarrollarse. De manera que un reguero aparentemente sin fin de «No debes…» eclipsa a los «Debes…».

Cuarto, algunas organizaciones religiosas parecen recompensar a las personas más serias, que se alzan hasta la cima de la organización porque su actitud severa se

considera quizá como prueba de la seriedad de su intento. Yo a menudo me pregunto si los seleccionados para ser ordenados para el ministerio son elegidos con el mismo criterio. Cuando alguien me dice: «¿Sabes?, eres el primer cura divertido que conozco», me acobardo un poco. ¿Es porque ha conocido a pocos sacerdotes o porque su experiencia con el clero le lleva a hacer equivaler ministerio y melancolía?

Quinto, gran parte de aquello con lo que tienen que lidiar a diario los sacerdotes,

ministros, rabinos e imanes es, de hecho, triste –sufrimiento, enfermedad, muerte, etcétera–, y el servicio a quienes están «in extremis» se ve como más urgente. Cuando la opción es entre celebrar el nacimiento del hijo de un fiel en su casa o visitar a un fiel que se está muriendo en el hospital, ¿por cuál de ambas alternativas se decidirá? La opción

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pastoral no es difícil para el ministro sobrecargado de trabajo, pero ello puede significar que el ministro sobrecarga aún más su espíritu, que lo eleva con ligereza de corazón.

Sexto y último, lo que impera fundamentalmente es una mala interpretación del

lugar de la alegría en la religión en general, que es el tema principal de este libro.

COMENCEMOS CON EL ALENTADOR HECHO de que no es difícil ver los efectos positivos de una excesiva ligereza. No hace falta ser sociólogo o psicólogo para verlos. Lo único que hay que hacer es mirar alrededor. Y a veces ayuda mirar fuera de los muros de la iglesia, a la vida cotidiana, con el fin de apreciar mejor el valor de la alegría, el humor y la risa.

Tiene gracia que, cuando pienso en la risa, suele acordarme de la madre de un buen amigo y de una determinada frase de hace casi treinta años. Cuando estaba yo en el colegio y en la universidad en Filadelfia, mi mejor amigo era un compañero llamado John, que procedía de una gran familia polaco-italiana. Su madre era una jovial y diminuta mujer que siempre parecía encantada de la vida. El padre de John había trabajado muchos años en una fábrica, pero cuando tuvo algún dinero ahorrado, su familia había comprado una casita al lado del océano Atlántico al sur de New Jersey, en «the shore», como suelen decir en Filadelfia.

Algunos fines de semana de verano yo iba al «shore» con John y su familia, y allí nos instalábamos siete u ocho personas en una casita con dos o tres habitaciones. Por la noche, John y yo solíamos ir a tomar copas (estábamos en la Universidad, después de todo); después, por la mañana, dormíamos hasta bien tarde y pasábamos el resto del día tumbados en la playa o yendo a pescar cangrejos con su padre, lo que hacíamos en una bahía cercana en el desvencijado barco de la familia. («Un barco es un agujero en el agua al que tiras el dinero», decía un viejo cartel que había en el propio barco). Por la noche había siempre un gran recipiente de spaghetti o de cangrejos o de embutido que la madre de John había preparado.

La vida era divertida en «the shore». Me habría quedado allí semanas y semanas. Por supuesto, todos estábamos de vacaciones, pero había una inconfundible alegría de vivir que me atraía continuamente.

La madre de John tenía una frase interesante que John y yo imitábamos en broma. Al describir una agradable fiesta familiar, invariablemente terminaba su larga historia con las mismas dos palabras: «Nos reímos», que decía varias veces sonriente, como para indicar que era el mayor cumplido que podía hacerse a cualquier interacción humana.

Y así es. De manera que ¿por qué parece que los hombres y mujeres religiosos lo olvidan con demasiada frecuencia?

Puede que yo esté reaccionando a algo ajeno a la experiencia del lector. Puede que el lector pertenezca a una comunidad religiosa donde la gente no haga más que reírse y disfrutar de su mutua compañía. Algunas megaiglesias, por ejemplo, son lugares claramente alegres; pero ¿qué decir de otras iglesias relevantes? ¿Es el domingo para ti un día alegre? Debería serlo. El humor, ante todo, puede ser un bálsamo para un alma atribulada.

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Mi padre, que murió hace unos años, tenía mucho sentido del humor. Algunos de mis recuerdos favoritos de la infancia son de sus largos chistes, que solía traer de la oficina y contárnoslos a mi madre, a mi hermana y a mí durante la cena. Pero todavía disfrutaba más contando un chiste a una gran audiencia; cuanto mayor era el grupo de gente, más se extendía en los detalles. A veces, antes de que el chiste finalizara, anticipaba el final y se partía de risa, hasta el punto de casi no poder terminar. ¡Es maravilloso poder recordar esto de mi padre, cuyos últimos años de vida fueron bien difíciles…!

Cuando estaba en su lecho de muerte (literalmente, en la cama del hospital en que murió de cáncer de pulmón), mi hermana le llevó un DVD de la película El jovencito

Frankenstein y se lo puso en su ordenador portátil. Esta comedia de Mel Brooks era una

de sus películas favoritas; y en su escena preferida, el «monstruo» (interpretado por Peter Boyle) baila un zapateado con el Dr. Frankenstein (Gene Wilder) vestido de frac y con sombrero de copa, con ambos cantando a pleno pulmón «Puttin’ on theRitz». Y sonreía incluso cuando estaba muriéndose. El humor alegró la vida de mi padre y facilitó su paso de este mundo al otro.

Hablando de mi familia, uno de los sonidos más hermosos que yo he escuchado proviene de mis dos sobrinos. Su risa –clara, despreocupada, tintineante– siempre me hace sonreír. ¿Hay algo más hermoso que un niño riendo? Siempre que los oigo reír, pienso en lo mismo: este niño, que hace unos años ni siquiera existía, está expresando ahora su ilimitada alegría de vivir. Al oírlos me siento agradecido por un doble don: el niño y su risa. Hace muy poco, le conté a mi sobrino de doce años uno de los chistes favoritos de mi padre y, cuando él estalló en carcajadas en la mesa, sentí una conexión profunda con mi padre y con mi sobrino, tres generaciones conectadas ahora por la risa.

Finalmente, permítaseme hablar de otro jesuita que conozco, Andy, que probablemente es la persona más divertida que he conocido jamás. (Es un lazo entre él y mi amigo Mike). Hace unos veranos, estaba yo haciendo ocho días de Ejercicios (la primera mitad en silencio; la segunda, no) con Andy y otros amigos. Los Ejercicios eran parte del periodo final de nuestra formación jesuítica. Andy tiene una risa potente, es enormemente inteligente y parece ser capaz de encontrar el lado humorístico a casi todo. Si el lema de los jesuitas es «Encontrar a Dios en todas las cosas», el lema de Andy podría ser «Encontrar el humor en todas las cosas». Y como muchos espíritus alegres, se ríe aún más con las bromas ajenas, con una risa contagiosa que nunca ha dejado de liberarme de cualquier abatimiento espiritual en que me encontrara.

Andy acababa de pasar por un periodo bastante duro; unos meses atrás, había enterrado a su madre, que llevaba muchos años enferma. Sin embargo, su buen humor no decaía. Recientemente, estaba yo leyendo mi diario de los Ejercicios y encontraba a menudo comentarios como «Andy me hizo reír» o «Esestupendo tener a Andy cerca». Y pensé entonces (y pienso ahora): «¿Por qué no puede la vida ser más de este modo?». Andy no ignora el dolor ni el sufrimiento de la vida, no es una persona que carezca de problemas o tristezas, pero no deja que esas realidades le arrebaten su alegría de vivir.

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contemporánea no puede ser más de este modo?» Necesitamos, en mi opinión, recuperar la noción de que la alegría, el humor y la risa no están al margen de la vida creyente, sino en el corazón de la misma. Son el corazón de esa vida.

A LO LARGO DE LOS PRÓXIMOS CAPÍTULOS voy a abogar decididamente en favor de la alegría, el humor y la risa como parte de una vida espiritual sana. Esto resulta paradójico, y puede que lo sea en un cierto sentido. Pero la alegría, el humor y la risa son cuestiones espirituales importantes.

Estas páginas pretenden ser una invitación a considerar la fe como algo que conduce al gozo2. Es también una invitación, e incluso un desafío, a reconsiderar la importancia del humor y la risa en la vida de los creyentes. Es una especie de puente entreel tratamiento especializado de estos temas y una espiritualidad viva. Es decir, que aborda estos temas fundamentalmente desde el punto de vista espiritual y les resultará útil a los lectores interesados en incorporar un enfoque alegre no simplemente a la vida, sino a la vida espiritual en particular. A lo largo del libro, haré partícipe al lector de ideas producto de mi propia vida, añadiéndoles lo que he aprendido de mis conversaciones con expertos, entremezclando con ellas las ideas más útiles de algunas obras clásicas sobre la alegría, el humor y la risa.

Una advertencia: ni que decir tiene que sé más de mi propia tradición, el cristianismo –y, más concretamente, el catolicismo– que de otras tradiciones religiosas; pero haré frecuentemente uso de la sabiduría de las tradiciones judía, budista e islámica como un modo de mostrar cómo ven los no cristianos estas cuestiones.

Al igual que el propio tema, el libro está concebido como alegre en sí mismo, un jeu

d’esprit, como dicen los franceses, una jovial conversación con muchos apartes,

digresiones y comentarios. La idea de que un libro sobre la alegría, el humor y la risa deba carecer de humor es ridícula. El libro está dividido en nueve capítulos y una breve conclusión. El primer capítulo es una visión general del tema: por qué el humor y la risa deben ser re-descubiertos en la vida espiritual. El segundo analiza cómo y por qué a estas virtudes se les ha restado importancia en los círculos religiosos a lo largo de la historia. El tercero examina cómo empleaban el humor en su vida los grandes maestros espirituales de cada tradición, y en particular los santos. El cuarto ofrece razones concretas para la alegría, el humor y la risa en la vida espiritual en general. El quinto mantiene que la alegría no es simplemente algo que «se encuentra», sino que es una consecuencia natural de la vocación, el servicio y el amor. El sexto se centra en el lugar de la alegría en la religión institucional. El séptimo analiza cómo encontrar la alegría cuando no te sientes especialmente alegre o ni siquiera feliz. El octavo muestra cómo se pueden recuperar estos dones en la propia vida espiritual. Y el noveno capítulo se fija más específicamente en cómo la oración privada puede incluir la alegría y, a veces, la risa.

Entre los capítulos se introducen unas reflexiones sobre tres pasajes concretos del Antiguo y el Nuevo Testamento, intentando subrayar cómo tales pasajes individuales demuestran el valor de la alegría. Con esos tres pasajes profundizaremos algo más,

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tratando de comprender por qué personas tan diversas como el autor de los Salmos, san Lucas y san Pablo consideraron importante hablar de la alegría.

Hay también una décima parte: chistes. El libro está salpicado por muchos chistes. ¿Por qué? Cuando el lector llegue al final del libro, espero que coincidirá conmigo en que la pregunta oportuna es: ¿por qué no?

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M

1

El signo más infalible

La alegría y la vida espiritual

UCHOS DE MIS CHISTES FAVORITOS son acerca de los católicos, los sacerdotes y los jesuitas. A propósito, los jesuitas son una orden religiosa católica masculina (un grupo de hombres que hacen voto de pobreza, castidad y obediencia y viven en comunidad) fundada en 1540 por san Ignacio de Loyola, un soldado español que se hizo sacerdote.

Para mí es fácil hacer bromas sobre los católicos, los sacerdotes y los jesuitas, puesto que soy las tres cosas. Y un chiste autocrítico puede ser el humor más sano, dado que el único blanco es uno mismo. El chiste prototípico sobre los jesuitas juega con el estereotipo de que somos: a) muy prácticos; b) excesivamente mundanos; y c) menos preocupados de lo que deberíamos por los temas espirituales. Permítaseme contar uno de mis chistes favoritos. (Que el lector no se preocupe si no es católico o no ha conocido a un jesuita en su vida. Como casi todos los chistes buenos, se pueden cambiar fácilmente los detalles para que encajen con los propósitos cómicos personales).

EN UNA PEQUEÑA CIUDAD hay un peluquero. Un buen día, está sentado en su peluquería y aparece un hombre en sandalias y con una larga túnica con capucha. El hombre, muy delgado y de aspecto ascético, lleva barba. Se sienta en la silla de la peluquería.

«Perdone –dice el peluquero–. ¿Podría decirme por qué va vestido de ese modo?». «Pues verá –dice el hombre–. Soy un fraile franciscano y he venido a ayudar a mis hermanos franciscanos a crear un comedor benéfico».

El peluquero dice: «¡Me encantan los franciscanos! Me entusiasma la historia de san Francisco de Asís, que amaba tanto a los animales. Y me gusta mucho el trabajo que hacen ustedes por los pobres, por la paz y por el medio ambiente. Los franciscanos son maravillosos. El corte de pelo es gratis».

Y el franciscano dice: «¡Oh, no, no, no! Nosotros vivimos con sencillez y hacemos voto de pobreza, pero tengo dinero suficiente para un corte de pelo. Por favor, déjeme pagarle».

«No, no –dice el peluquero–. Insisto. ¡Este corte de pelo es gratis!». Así que el franciscano se corta el pelo, da las gracias al peluquero, le bendice y se marcha.

Al día siguiente, el peluquero llega a su peluquería y se encuentra con una sorpresa: en la puerta hay un gran cesto lleno de hermosas flores silvestres junto con una nota de agradecimiento del franciscano.

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blanca y una correa de cuero. Cuando se sienta en la silla, el peluquero le pregunta: «Perdone, pero ¿por qué va usted vestido así?».

El hombre dice: «Verá, soy un monje trapense. He venido a la ciudad para ir al médico y he pensado que me vendría bien un corte de pelo».

Y el peluquero dice: «¡Me encantan los trapenses! Admiro que su vida sea tan contemplativa y cómo oran por el resto del mundo. El corte de pelo es gratis».

El monje trapense dice: «No, no. Aunque nosotros vivimos con sencillez, tengo dinero para un corte de pelo. Por favor, déjeme pagarle».

«Ni hablar –dice el peluquero–. ¡Este corte de pelo es gratis!». De manera que el trapense se corta el pelo, da las gracias al peluquero, le bendice y se va.

Al día siguiente, el peluquero llega a su peluquería y en la puerta se encuentra con una sorpresa: un gran cesto lleno de deliciosos quesos y mermeladas caseras del monasterio trapense, junto con una nota de agradecimiento del monje.

Ese mismo día, otro hombre entra en la peluquería vestido con un traje negro y alzacuellos. Cuando se sienta, el peluquero le dice: «Perdone, pero ¿por qué va usted vestido así?».

El hombre dice: «Soy un sacerdote jesuita. He venido a la ciudad a dar una conferencia de teología».

Y el peluquero dice: «¡Me encantan los jesuitas! Mi hijo fue a un colegio de los jesuitas, y mi hija a una universidad jesuítica. Y yo he estado en la casa de Ejercicios que los jesuitas tienen en la ciudad. El corte de pelo es gratis».

Entonces el jesuita dice: «No, no. He hecho voto de pobreza, pero tengo dinero suficiente para un corte de pelo».

El peluquero dice: «Ni hablar. ¡Este corte de pelo es gratis!». Después de cortarse el pelo, el jesuita le da las gracias, le bendice y sigue su camino.

Al día siguiente, el peluquero llega a la peluquería y se encuentra con una sorpresa esperándole en la puerta: diez jesuitas más.

El monje silencioso

Un hombre entra en un monasterio muy estricto. El primer día, el abad le dice: «Solo podrá decir dos palabras cada cinco años. ¿Lo ha comprendido?». El novicio asiente y se va a su celda.

Cinco años después, el abad le llama a su despacho. «Hermano –le dice–. Te has portado bien estos cinco años. ¿Qué te gustaría decir?».

El monje dice: «¡Comida fría!».

«¡Cuánto lo siento! –dice el abad–. Lo solucionaré de inmediato». Cinco años después, el monje vuelve a hablar con el abad.

«Bienvenido, hermano –dice el abad– ¿Qué le gustaría decirme después de diez años?»

El monje dice: «¡Cama dura!».

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Después de otros cinco años, vuelven a reunirse. El abad dice: «Bueno, hermano, lleva aquí quince años. ¿Qué palabras quiere decir?»

«Me marcho», dice el monje.

Y el abad dice: «Bueno, pues no me sorprende. ¡No ha hecho más que quejarse desde que llegó!».

Ahora, después de haber contado el segundo chiste (véase el recuadro), puede que el lector se pregunte cuándo voy a entrar en materia. Pero, de algún modo, los chistes

son el tema de este capítulo, que es que la alegría, el humor y la risa son valores

infravalorados en la vida espiritual y son enormemente necesarios, no solo en nuestra vida espiritual personal, sino en la vida de la religión organizada.

Alegría, para empezar, es lo que experimentaremos cuando seamos recibidos en el

cielo. Puede incluso que riamos de gozo cuando nos encontremos con Dios. La alegría, una característica de las personas próximas a Dios, es un signo no solo de confianza en Dios, sino también –como veremos en las Escrituras judías y cristianas– de gratitud por todos los dones que Dios nos ha concedido. Como decía el sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin: «La alegría es el signo más infalible de la presencia de Dios»1.

El humor es también un requerimiento esencial, si bien un tanto desdeñado, de la espiritualidad. La mayoría de los santos, por ejemplo, tenían un fantástico sentido de humor y eran capaces de reírse con facilidad de sí mismos.

Finalmente, la risa es esencial incluso en el más «espiritual» o «religioso» de los lugares. Mi amigo Bill, que es un sacerdote que desempeña su ministerio en una pequeña parroquia de Nuevo México, me contó la historia de sus primeros Ejercicios en silencio, durante los cuales oró varios días y se reunió diariamente con su «director espiritual», con el que hablaba acerca de su oración2.

Cada día, Bill oraba silenciosamente en su pequeña habitación de la casa de Ejercicios, con las cortinas echadas, cada vez más decaído en medio de aquella oscuridad. «En eso pensaba yo que consistía la oración», me dijo Bill.

Después de tres días de Ejercicios, el director del retiro fue a su habitación y le dijo: «Bill, no te he oído reírte desde que has llegado. Y te apuesto que el demonio odia la risa más que cualquier otra cosa. Sal afuera y disfruta del sol».

La alegría, el humor y la risa son dones espirituales que ignoramos peligrosamente.

ANTES DE PROSEGUIR NUESTRA CONVERSACIÓN sobre la alegría, el humor y la risa en la vida espiritual, definamos los términos. Primero veremos las definiciones más comunes, o seculares, de las tres palabras, y después las veremos desde el punto de vista religioso.

En un contexto secular, la alegría se entiende generalmente como una clase de felicidad. Mi viejo diccionario Merriam-Webster utiliza palabras como «deleite» y «dicha» para definirla. La interpretación popular de la alegría es un tipo particular de

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felicidad, un deleite intensificado o duradero. Según esta interpretación, la alegría es algo que todo el mundo desea de manera natural. «Alegría» parece ser un término relativamente claro en el terreno secular.

El humor, por otro lado, es una emoción, más que una cualidad o atributo. «Cualidad que apela a un sentido de lo ridículo o absurdamente incongruente», dice el

Webster. El humor, el ingenio o el sentido de lo cómico son algo que se puede poseer o

desarrollar, algo de lo que se puede carecer o se puede aprender. Puede también ser inherente a una cierta situación. De una persona puede decirse que es divertida, pero también puede serlo un libro, una película, una obra de teatro, un comentario e incluso una expresión facial o un gesto físico. Y el humor puede caracterizarse como malo (el humor racista o sexista, por ejemplo, que resulta hiriente; los chistes que se mofan de las personas oprimidas; el poner motes; etc.) o como bueno (el humor que se ríe de uno mismo, el humor que alienta, los chistes que hacen reír a todo el mundo y no tienen «víctimas»…).

Sigmund Freud pensaba que algunos impulsos cómicos –más concretamente, las bromas– brotan del inconsciente, el nivel psicológico que subyace a nuestras facultades racionales. El filósofo francés Henri Bergson observa en su ensayo sobre la risa: «El absurdo cómico es de la misma naturaleza que los sueños»3.

Tiene sentido. A veces es difícil saber con precisión por qué algo es divertido, por qué algo parece gracioso, por qué nos reímos. Parece casi primario, inconsciente, que brota de dentro.

El humorista o el bufón es quien parece haber captado la verdad. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a un comediante, o visto una película divertida, o simplemente oído un chiste inteligente, y no nos hemos dicho: «Sí, así es justamente como es. Es la pura

verdad»? Algo divertido suele ser algo verdadero.

Por ejemplo, un amigo mío me contó recientemente un chiste acerca de una iglesia que tenía un terrible problema con los murciélagos, que se precipitaban sobre la cabeza de los fieles durante las celebraciones. Cuando los murciélagos se instalaron en las vigas, el pastor compró un gato, al que dejaba durante la noche en la iglesia. Pero los murciélagos no desaparecieron. El siguiente pastor contrató los servicios de un exterminador profesional, que cobró un dineral por fumigar todo el edificio. No sirvió de nada: los murciélagos no se movieron. Finalmente, llegó un nuevo pastor, y en unas semanas los murciélagos habían desaparecido. Los fieles estaban encantados. Un domingo, uno de los fieles preguntó al nuevo pastor cómo se había librado de ellos. «Ha sido fácil –respondió–. Los he bautizado y confirmado a todos; así sabía que no volvería a verlos»4.

La risa, finalmente, es una cosa o un acto. El acto de reír viene en respuesta a algo divertido o, como anteriormente, «absur-damente incongruente». Pero es también expresión natural de la alegría, despreocupada de algo tan complicado como la incongruencia absurda. Los bebés se ríen de puro deleite al ver el rostro de su madre. La risa es una actividad profundamente humana5.

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negativa. El que alguien te ría un chiste puede alegrarte el día; en cambio, el que alguien se ría de ti puede destrozártelo. Y a diferencia del humor, que es un asunto opinable (¿cuántas veces no has discutido si algo era divertido, tonto, sin gracia, ofensivo o confuso?), la risa no ofrece dudas. Cuando la gente se ríe, resulta obvio. El porqué de su risa ya no es tan obvio.

Los tres –la alegría, el humor y la risa– están además relacionados entre sí. Es difícil explicar una de las tres cosas sin pensar automáticamente en alguna de las otras dos. Puedes reír de alegría. (Imagina que te dicen que has obtenido un ascenso, o que estás esperando un hijo, o que te ha tocado la lotería…). La risa continua produce una sensación de alegría. (Imagina que teencuentras en una habitación llena de amigos y te ríes a carcajadas de una antigua anécdota de tu juventud: ello puede desencadenar un auténtico sentimiento de alegría). Encontrar un espíritu de alegría en tu vida puede ayudarte a ser una persona más divertida, alguien capaz de ver las cosas desde un ángulo «gracioso». Ver a alguien desde un punto de vista divertido puede llenarte espontáneamente de alegría. (Imagina que un amigo, a propósito de una situación difícil de tu vida, hace un comentario gracioso que te ayuda a obtener la perspectiva oportuna).

Por lo tanto, la noción secular de la alegría, el humor y la risa se solapan. Es más, son sumamente subjetivas. Cuando nos centramos en la noción religiosa de la alegría, el humor y la risa, las definiciones cambian algo, porque el análisis desde el punto de vista espiritual revela luces y sombras que pueden haber estado ocultas o, cundo menos, haber sido pasadas por alto.

COMENCEMOS POR EL FINAL de nuestro trío de dones: la risa. El estudio más reciente y completo del lugar de la risa en la espiritualidad occidental es el pequeño libro de Karl-Josef Kuschel Lachen. Gottes und Menschen Kunst. Al principio de su ameno estudio, Kuschel, catedrático de teología en la Universidad de Tübingen (Alemania), admite la «imposibilidad conceptual» de desarrollar una teología de la risa, debido a sus muchas variedades, algunas de las cuales son encomiables, pero otras no. «Hay risa alegre, cómoda, juguetona y complacida –dice Kuschel–, y hay risa burlona, maliciosa, desesperada y cínica».

Kuschel identifica así los dos modos principales de considerar la risa desde el punto de vista espiritual. «Como su Maestro de Nazaret –dice Kuschel–, los cristianos tienen que tener en cuenta tanto su reír como el que se rían de ellos». La risa puede sanar y puede herir. Y aunque él habla desde un punto de vistafundamentalmente cristiano, su planteamiento puede aplicarse a las principales tradiciones espirituales y religiosas.

En suma, una escuela de espiritualidad condena la risa; la otra, la ensalza. (Lo mismo puede decirse del humor).

De la variedad condenatoria se hacen eco las obras del teólogo del siglo IV san Juan Crisóstomo, que decía que los verdaderos cristianos deben llorar de pesar por sus pecados. Crisóstomo afirma explícitamente que no quiere prohibir la alegría, sino recordar al mundo que las lágrimas nos vinculan más efectivamente a Dios que la risa.

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Esta reticencia con respecto a la risa encuentra eco en el pensamiento de otros teólogos cristianos primitivos, que veían la risibilitas (en latín, la capacidad humana de reír) como peligrosa en otro aspecto: estar en oposición a la razón.

Puede que el tratamiento literario más conocido de esta tendencia condenatoria se plasme en la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa (de la que posteriormente se hizo una película protagonizada por Sean Connery y Christian Slater). En el «bestseller» de Eco, aparecido en 1980, un fraile franciscano –humorísticamente llamado Guillermo de Baskerville– investiga una serie de macabros asesinatos en un monasterio del siglo XIV. En el curso de su investigación, Guillermo se encuentra con Jorge de Burgos, bibliotecario ciego que abomina de la presencia de los ingeniosos dibujos que decoran las páginas de algunos de los libros conservados en la renombrada biblioteca del monasterio. Esa risibilitas espanta a Jorge.

Sin duda, argumenta Guillermo de Baskerville, esas decoraciones cómicas –«humanos con cabeza de caballo y caballos con cabeza humana; peces con alas de pájaro y pájaros con cola de pez»– deben hacer sonreír. Pueden incluso tener «fines edifican-tes», es decir, propósitos de elevación moral.

Al principio, Jorge se burla de Guillermo, pero después se interesa más por la tarea de argumentar en contra de la risa.«¿Cuál es el propósito de esa tontería?». Jesús, aduce el anciano monje, no tuvo que hacer uso de chistes y tonterías para expresar lo que quería decir. «Cristo nunca se rió», dice después citando a Crisóstomo. De ahí la objeción teológica: va contra el ideal cristiano. «La risa sacude el cuerpo –dice Jorge–, distorsiona los rasgos de la cara, hace al hombre similar al mono». De ahí la objeción teológica: es contraria a la razón.

La cruzada de Jorge termina tomando un cariz siniestro. En su amada biblioteca está el único ejemplar que queda del segundo volumen de la Poética de Aristóteles, una obra cómica. Para asegurarse de que nadie leerá ese libro terrible –¡ojo, porque voy a revelar la trama!–, Jorge envenena las páginas, a fin de que cualquier monje que se atreva a interesarse por la risa y humedezca su dedo para pasar página, muera.

Mi teología de la risa, similar a lo que Kuschel denomina su enfoque «chistológico», es contraria a la de Jorge de Burgos. Mientras permanezca firmemente en esa primera categoría de «alegre» y no incurra en la «burla», la risa humana es un don de Dios, una expresión espontánea de deleite ante el mundo. Como veremos pronto, las tradiciones de la risa están insertas en algunos de los relatos más importantes del Antiguo Testamento. La risa posee también una larga tradición entre los santos y los maestros espirituales de muchas tradiciones religiosas como un componente necesario de una vida sana. De manera que puede el lector considerarme absolutamente partidario de la

risibilitas.

La mayoría de las tradiciones religiosas contemporáneas, cristianas y no cristianas, discrepan de la vehemente condena que Jorge hace de la risa. El Catecismo de la Iglesia

Católica –libro al que difícilmente se puede considerar frívolo– incluye una línea en un

capítulo sobre la «religiosidad popular» que sorprendería a muchos de los primeros Padres de la Iglesia, por no hablar de Jorge. En el centro de la fe de los creyentes hay –

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dice el Catecismo– un «acervo de valores» que aporta sabiduría a la vida cristiana. «Esa sabiduría… proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura»6.

Recientemente pregunté a Margaret Silf, una autora británica de numerosos libros sobre la oración, qué opinaba a propósito del lugar de la risa en la vida espiritual. Su entusiástica carta me mostró que ella se incluía de lleno en la escuela «encomiástica». «A veces, por ejemplo, tienes que elegir entre reír o llorar por alguna estupidez que has cometido –me decía Silf–. Yo recomiendo el camino de la risa. El otro conduce a la autocompasión, lo que no le gustará a nadie. La risa puede funcionar incluso retrospectivamente: cuando las cosas son solemnes y serias, puedo retrotraerme a situaciones ridículas y reírme de ellas de nuevo con los mismos efectos terapéuticos. La risa puede también transformar un desastre en un sainete», decía Silf.

Después me contaba la historia de dos amigas a las que se les había muerto otra amiga común. «La echaban muchísimo en falta –decía Silf–. Plantaron en su tumba lo que ellas creyeron que eran bulbos de narciso e hicieron duelo todo el invierno. En primavera volvieron a la tumba para presentarle sus respetos y descubrieron una maravillosa cosecha de… ¡cebollas! Lloraron de risa, y están convencidas de que su amiga se estaba riendo con ellas».

La risa tiene fines edificantes, y no simplemente en la tradición judeo-cristiana. El jeque Jamal Rahman, estudioso musulmán y autor de The Fragance of Faith: The

Enlightened Heart of Islam, me ha indicado varios pasajes del Corán y de otras fuentes

islámicas que subrayan el valor de la risa, que tiene su origen en la divinidad. «Es Él quien hace reír y hace llorar», dice el Corán7. En una colección de dichos relativos al profeta Mahoma, un testigo afirma: «Vi verdaderamente al Mensajero de Diosreír hasta que sus dientes frontales quedaron a la vista»8. El propio Dios se ríe en una tradición: «Por tanto, Alá reirá y le permitirá [al justo] entrar en el Paraíso»9. Y en la tradición sufí, observa Rahman, no reír significa que «nuestro conocimiento es limitado y que no comprendemos la naturaleza de la realidad».

Cuando la risa brota de las profundidades del ser, logramos atisbar, aunque no sea más que por un instante, las cosas como realmente son», me dijo Rahman. Por eso le gustan las populares historias del Mullah, cuentos folklóricos y a menudo humorísticos del autor musulmán turco del siglo XIII Mullah Nasruddin. «Despierta algo en mí», me dijo Rahman.

Cuando pregunté a Lawrence S. Cunningham, catedrático de teología de la Universidad de Notre Dame, por la teología de la risa, se refirió a una tradición católica poco conocida, mencionada también en el estudio de Kuschel: «¿Ha oído hablar del risus

paschalis?», me preguntó Cunningham. Mi latín no es muy bueno, así que me lo

tradujo: «La risa pascual».

«Evidentemente, en Alemania –me explicó– era costumbre que el párroco contara chistes durante la Pascua. La idea subyacente consistía en reírse de Satanás, que había quedado consternado por la Resurrección»10. Sin embargo, el anciano monje Jorge del

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libro de Eco suscita una cuestión teológica interesante: ¿se reía Jesús? Lo analizaremos en el próximo capítulo.

¿Y QUÉ HAY DEL HUMOR? Los relatos acerca del uso del buen humor (y los pasajes divertidos) jalonan la Escritura y los escritos de casi todas las principales tradiciones religiosas, y pronto examinaremos los relatos, dichos y acontecimientos de personajes divertidos del Antiguo y el Nuevo Testamento. Los santos cristianos y los maestros espirituales de otras tradiciones eran a menudo divertidos, tanto con sus palabras como con sus actos, y utilizaban el ingenio para transmitir enseñanzas importantes a sus seguidores.

Pero ¿hay un modo «espiritual» de entenderlo? El doble enfoque de la risa que hace Kuschel resulta útil cuando examinamos el humor desde el punto de vista espiritual. Hay un humor que construye y un humor que destruye; un humor que saca a la luz la hipocresía y un humor que menosprecia a los indefensos y los marginados. Hay un humor bueno y un humor malo. Claro está que la mayor parte de los observadores seculares estarían de acuerdo en que hay una moral del humor. Pero los observadores religiosos del humor ven estos dos aspectos del mismo de manera ligeramente distinta, puesto que los analizan a la luz de los deseos de Dios para la humanidad. Lo «bueno» y lo «malo» no solo dependen de un sentido moral, sino de si el humor profundiza o menoscaba la relación con Dios.

El humor es el preludio a la fe, y la risa es el comienzo de la oración.

REINHOLD NIEBUHR

La postura teológica ante el humor –condenatoria o encomiástica– depende, como en el caso de la risa, de su intención. Los soldados romanos que se burlaron de Jesús, que le vistieron con un manto púrpura, le incrustaron en la cabeza una corona de espinas y le colocaron una caña en la mano tenían un humor malévolo que se mofaba de él como de un rey espurio: «¡Salve, rey de los judíos!»11. (Por otro lado, los autores evangélicos utilizaron este episodio en beneficio propio, de manera que el terrible humor de los soldados se emplea como argumento teológico irónico. Jesús es verdaderamente rey, aunque los soldados no lo sepan. La burla se vuelve en su contra).

En el extremo opuesto se encuentra el uso del humor por parte de Jesús. Como veremos, muchas de sus parábolas no solo son inteligentes, sino claramente divertidas. Sus cáusticos comentarios acerca de los funcionarios romanos, de algunos líderes religiosos judíos, de los ricos y de los satisfechos de sí mismos a menudo parecen destinados no solo a silenciar a los altos dignatarios, sino a suscitar sonrisas entre sus oyentes. Su humor es normalmente amable, pero también efectivo.

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De manera que hay una risa buena y una risa mala, un humor bueno y un humor malo. Una vez más, incluso los analistas seculares estarán de acuerdo. En general, el enfoque secular y el enfoque religioso del humor y de la risa difieren muy poco.

Y AHORA ALGO COMPLETAMENTE RELIGIOSO, porque la interpretación espiritual de la alegría es muy distinta de la definición secular.

Cuando comencé a estudiar la alegría, me sentí abrumado, porque se trata de un campo de estudio inmenso. El tema de la alegría se extiende por casi todas las principales tradiciones religiosas y espirituales. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel expresa a Dios su alegría por haberle liberado de la esclavitud. En los evangelios, Jesús utiliza a menudo la palabra como un modo de expresar el objetivo del discipulado. Posteriormente, san Pablo anima a los primeros cristianos a «estar siempre alegres». La alegría es uno de los «frutos» tradicionales del Espíritu Santo, es decir, de los dones que Dios nos da para perfeccionarnos12. Aunque muchas religiones no parezcan particularmente alegres, la literatura religiosa sobre el tema es muy vasta.

Muchos santos cristianos han hablado extensamente sobre la alegría, incluido santo Tomás de Aquino, teólogo del siglo XIII que distingue cuidadosamente entre diferentes clases de alegría y felicidad. El gran erudito medieval habla de delectatio («deleite») a propósito de las cosas sensoriales, pero reserva el término gaudium («alegría») para la consecución de un objeto que se ve como bueno para uno mismo o para otro. Posteriormente, santo Tomás conecta la alegría con el amor, «bien mediante la presencia de la cosa amada, bien por el propio bien de la cosa amada», donde uno se alegra de la buena fortuna de otro13. La alegría suprema –dice Aquino– es ver a Dios «cara a cara», porque entonces se ha alcanzado todo cuanto el corazón puede desear.

Los textos de santo Tomás me han ayudado a percibir más claramente la diferencia entre la noción religiosa y la noción secular de la alegría. Cuanto más pensaba en las distinciones de santo Tomás y más profundizaba en la cuestión de la alegría, tanto más clara me resultaba la respuesta. En la terminología popular, la alegría es felicidad. Y para la persona religiosa la alegría es felicidad en Dios.

La alegría no es meramente un sentimiento efímero ni una emoción evanescente; es el resultado firmemente establecido de la conexión con Dios. Aunque la definición más secular de la alegría puede a veces describir la respuesta emocional a un objeto o acontecimiento, por maravilloso que esto pueda ser (un nuevo empleo, por ejemplo), la alegría religiosa tiene siempre que ver con la relación. La alegría tiene un objeto, y ese objeto es Dios.

Los teólogos cristianos contemporáneos suelen poner esto de manifiesto. El libro de Donald Saliers The Soul in Paraphrase: Prayer and the Religious Affections se extiende sobre este tema. Saliers, catedrático de teología y liturgia en la Emory University,observa que la alegría es una disposición fundamental hacia Dios. Lo que caracteriza a la alegría cristiana en contraste con la felicidad –dice Saliers– es su capacidad de existir aun en medio del sufrimiento, porque la alegría no tiene tanto que ver con la emoción cuanto con la fe. No ignora el dolor del mundo, ni en la vida ajena ni en la propia (más adelante

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profundizaremos en cómo aferrarse a la alegría en los momentos difíciles), sino que, ahondando más en la cuestión, considera que la confianza en Dios –y, para los cristianos, en Jesucristo– es la razón de la alegría y una constante fuente de dicha alegría.

El papa Pablo VI, en una extraordinaria (y extraordinariamente olvidada) carta papal, titulada Gaudete in Domino («Sobre la alegría cristiana»), se refiere a esta distinción14. ¿Por qué en Occidente, en una cultura de la abundancia –se pregunta el papa–, en la que hay tanto para satisfacernos –riqueza, agua potable, alimentos en abundancia, avances médicos y tecnológicos…–, hay tan poca alegría? Esto se debe – según Pablo VI– a que estamos olvidando lo que la alegría es realmente. «Esta paradoja y esta dificultad para alcanzar la alegría nos parecen particularmente agudas hoy –dice Pablo VI–. Y esta es la razón de nuestro mensaje. La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las oportunidades de placer, pero tiene una gran dificultad para generar alegría, porque la alegría tiene otro origen. Es espiritual».

EN LO QUE ATAÑE A NUESTRO ANÁLISIS, pues, ¿qué podemos decir de la alegría, el humor y la risa desde los puntos de vista secular y religioso?

Para empezar, la risa y el humor se definen más o menos del mismo modo, sea uno religioso o no. Tanto los observadores seculares como los religiosos saben que puede haber una risa buena y una risa mala, y un humor bueno y un humor malo. (Las personas religiosas, sin embargo, ven el acto de escoger entre lo bueno y lo malo como parte de una vida vivida en relación con Dios). En lo que respecta a la alegría, no obstante, la mentalidad secular la ve como una forma intensa de felicidad o deleite. La mentalidad religiosa, por su parte, la ve como íntimamente conectada con la fe en Dios, como fundamentada en la fe incluso en los tiempos difíciles y alimentada por la relación con la divinidad. La alegría es felicidad en Dios.

HE AQUÍ UN EJEMPLO de lo que me lleva a pensar que muchos creyentes modernos no suelen vincular la espiritualidad con nada gozoso, ni siquiera alegre.

Los últimos doce años he trabajado para una revista católica llamada America, que a menudo llamamos «Semanario nacional católico». (Tenemos también detractores que no la ven con buenos ojos). Una de las secciones habituales de la revista se titula «La fe de cerca».

«La fe de cerca» está reservada principalmente para que un colaborador espontáneo hable acerca de su vida espiritual personal. Cada semana nos llegan cientos de artículos para esta sección de la revista. Y adivine el lector cuáles son los temas más habituales…: la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Cómo mi enfermedad me ha llevado hacia Dios. Cómo la pérdida de mi trabajo me ha llevado hacia Dios. Cómo mi dolor me ha llevado hacia Dios…

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es así. A veces podemos experimentar a Dios más intensamente en momentos de sufrimiento, porque somos más vulnerables y, por tanto, quizá estemos más abiertos a la ayuda de Dios. Cuando tenemos las defensas bajas, normalmente Dios puede entrar más fácilmente en nuestra vida. En ocasiones, el sufrimiento puede permitirnos experimentar a Dios de un modo nuevo.

Pero en los doce años que llevo trabajando en la revista, rara vez he visto un artículo para esa sección divertido o gracioso. Últimamente, el consejo de redacción ha decidido no publicar demasiados artículos depresivos en la mencionada sección. Recientemente aceptamos un artículo titulado «Camino a la muerte», sobre la enfermedad terminal de la madre del autor del mismo. (Cambiamos el título por algo menos morboso, porque habíamos publicado artículos sobre enfermedades en tres números consecutivos). Esto no es más que una indicación de que, al menos en la cultura católica norteamericana, el sufrimiento está más frecuentemente ligado a la espiritualidad que la alegría.

LA ALEGRÍA PARECE TENER mala reputación en algunos círculos religiosos. Y es extraño, no solo porque la alegría es un componente necesario de una vida emocional sana, sino también porque posee una distinguida historia entre los maestros espirituales y los santos, como un elemento esencial de la salud espiritual. «La alegría no es incidental en la búsqueda espiritual. Es vital», decía el rabino jefe de la comunidad jasídica Nachman de Breslov en el siglo XVIII.

Kathleen Norris, una de las escritoras espirituales más destacadas de los Estados Unidos y autora de The Cloister Walk y Acedia and Me, habló recientemente conmigo acerca de su valoración de la alegría en la vida espiritual: «La alegría ha sido siempre una parte importante de mi vida, pero hasta que me hice oblata benedictina [miembro asociado de un monasterio] no calibré realmente su lugar en mi vida espiritual».

«Estaba hablando con uno de los monjes de mi falta de disciplina espiritual y de mi desordenada vida de oración, cuando me dijo: “No te preocupes en absoluto. Tienes alegría, y ese es uno de los frutos tradicionales del Espíritu Santo”. Esto me resultó nuevo, y me alegró inmensamente, al recordarme que incluso cuando no estaba haciendo lo que yo pensaba que debía hacer, el Espíritu estaba trabajando en mí», me dijo Norris.

LA ALEGRÍA ES UN COMPONENTE IMPORTANTE también de muchas tradiciones religiosas orientales, según el jesuita y catedrático de Harvard Francis X. Clooney, profesor de teología comparada y director del Centro de Harvard para el estudio del mundo de las religiones, el cual me dijo que la alegría «posee un gran significado en la sensibilidad religiosa hindú». Y prosiguió: «La forma más excelsa de alegría en el hinduismo suele ser llamada “felicidad”, o ananda, y es atributo incluso de la realidad divina. Ahí están la sonrisa de Shiva y la sonrisa de Buda, la risa de la Diosa y el placer de Krishna en la

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danza».

Pero no hay que ser un experto en religiones para ver que cualquiera que esté verdaderamente en contacto con Dios es alegre. Piense el lector en los santos que hay en su vida, y no solo en las personas «profesionalmente» religiosas, como los sacerdotes, los ministros y los rabinos. Piense en un santo de su familia, un amigo profundamente espiritual o un colega religioso del trabajo. Piense en las personas cuya vida encarna plenamente su fe religiosa, en las personas que están cerca de Dios. ¿No están llenas de alegría?

La alegría es el acto humano más noble.

SANTO TOMÁS DE AQUINO

O piense en figuras más conocidas del mundo religioso que reflejan alegría. Piense en todas las fotos de la Madre Teresa o del reverendo Billy Graham sonrientes. Piense en lo fácil que es imaginar a alguien como san Francisco de Asís sonriendo. ¡Es casi imposible imaginar a san Francisco no sonriendo! Y fuera de la tradición cristiana, piense en cuán a menudo se ve al Dalai Lama no ya sonriendo, sino riendo abiertamente.

En su libro The Jew in the Lotus, que trata de la exploración del budismo por parte de un judío, Rodger Kamenetz refiere su primer encuentro con el Dalai Lama en Dharamsala, India, en 1990. «Llegó mi turno –dice Kamenetz–, y el Dalai Lama sonreía, radiante, sí, resplandeciente, de modo que no pude evitar sonreír también yo». Y sigue describiendo el atractivo innato de ese hombre alegre. De hecho, gran parte de los escritos y enseñanzas del Dalai Lama versan sobre la alegría y la felicidad, que fluyen – según enseña él– de nuestros actos. Y sus enseñanzas públicas se ven casi siempre puntuadas por la risa. Un perfil del Dalai Lama en el New Yorker hace referencia a que minimiza la importancia de las preocupaciones por su salud, y el periodista describe al gran hombre «estallando en risas».

¿Por qué nos sentimos atraídos de manera natural por la gente alegre? Una razón, en mi opinión, es que la alegría es signo de la presencia de Dios, que nos resulta naturalmente atrayente. La alegría de Dios conecta con la alegría que habita a veces oculta en nuestro corazón. «Lo profundo llama a lo profundo», como dice el Salmo 4215. O, como decía san Agustín: «Oh Dios, nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Agustín, teólogo norteafricano del siglo IV, percibió algo fundamental para los seres humanos: nuestro deseo natural de Dios, fuente de toda alegría. Nos atrae la alegría, porque nos atrae Dios.

ES DIFÍCIL SABER hasta qué punto la alegría y la risa han sido denigradas, minusvaloradas o consideradas como inapropiadas a lo largo de la historia religiosa, o cómo puede haber ocurrido esta marginación de la alegría. Es difícil precisarlo. Pero no es difícil ver los

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efectos de esta minusvaloración, porque todos conocemos a personas que parecen pensar

que ser religioso significa ser mortalmente serio en toda ocasión.

Si el lector es católico, puede que conozca a sacerdotes que hacen que se pregunte cómo pueden «celebrar» (término oficial) misa cuando nunca esbozan una sonrisa. Si eres miembro de otra denominación cristiana, puede que conozcas a pastores, ministros o ancianos que son ejemplo de «elegidos aburridos».

En una iglesia a la que yo acudía estaban siempre sentadas en el primer banco dos señoras de mediana edad que eran hermanas. Llegaban pronto todos los domingos, nunca saludaban a nadie, se sentaban en el mismísimo sitio y miraban inexpresi-vamente al altar durante la misa. Cuando llegaba el momento de darse la paz, que es cuando todo el mundo se da la mano como signo de fraternidad cristiana, las dos hermanas, hieráticas, se estrechaban la mano mutuamente, y nunca se daban la vuelta para saludar a nadie más. Parecían mortalmente serias en relación con su fe.

Y cuando eres mortalmente serio, estás seriamente muerto. Un objetivo mejor para los creyentes es estar gozosamente vivos. Esto parece obvio, ¿no?

Pero si la alegría es una consecuencia natural y obvia de una fe vivificante, ¿por qué parece ausente de tantos entornos religiosos? ¿Por qué los servicios eclesiásticos están tan desprovistos de humor? ¿Por qué hay personas religiosas a las que muy frecuentemente (y con toda razón) se considera tristes? En suma, ¿cuándo, por qué y cómo fueron eliminados de la religión la alegría, el humor y la risa? El próximo capítulo investigará cómo se ha producido esta desgraciada circunstancia.

(32)

H

2

¿Por qué tan tristes?

Breve pero exacto examen histórico de la seriedad religiosa

AY DIVERSAS TEORÍAS acerca de por qué el humor tal vez no sea valorado como es debido en círculos religiosos, y las razones de ello puede que aparecieran muy tempranamente. Tomemos como ejemplo el Nuevo Testamento y fijémonos primero en el protagonista del mismo, Jesús de Nazaret. El modo de reflejar en la Biblia el humor de Jesús –o la falta de él– ha influido inevitablemente en e modo en que han considerado la ligereza los cristianos posteriores.

PARA EMPEZAR es conveniente sopesar hasta qué punto estaban los autores de los evangelios interesados en presentar a Jesús como una persona abiertamente divertida. Aunque los evangelios muestran a un Jesús inteligente y elocuente, en especial en lo que respecta a sus parábolas, en el Nuevo Testamento hay pocos momentos que a los lectores modernos puedan parecerles verdaderamente hilarantes. ¿Por qué?

Recientemente he preguntado a algunos distinguidos expertos en Nuevo Testamento acerca de Jesús y el humor. ¿No habría sido lógico que, si los evangelistas (los hombres que escribieron los evangelios) querían retratar a Jesús como una figura atrayente, hubieran puesto de relieve su sentido del humor? Los evangelistas esperaban atraer a la gente hacia la figura de Jesús mediante las narraciones evangélicas, y el humor es algo que la mayor parte de la gente encuentra atrayente, tanto hoy como en la antigüedad.

Además, de acuerdo con Daniel Polish, rabino de la tradición reformada judía y autor de Bringing the Psalms to Life, cualquiera que escribiera en torno a la época de Jesús habría encontrado gran cantidad de material humorístico en el Antiguo Testamento, así como en la Mishná y en el Talmud1. «Hay partes de la Escritura hebrea que son deliberadamente divertidas», me dijo el rabino Polish en una reciente conversación.

Entonces, ¿por qué hay tan poco humor de Jesús de Nazaret en los evangelios? He hecho esta pregunta a la profesora Amy-Jill Levine, experta en Nuevo Testamento de la Vanderbilt University y autora de The Misunderstood Jew, libro que examina el contexto judío de Jesús y cómo la Iglesia no ha comprendido debidamente ese aspecto concreto de su vida, y afirma que los predicadores cristianos a menudo desvirtúan las palabras y los actos de Jesús, porque no comprenden el contexto judío en el que vivía.

Cuando pregunté a la profesora Levine por el humor en el Nuevo Testamento, me indicó que una dificultad a este respecto es que lo que se consideraba divertido en época

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