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Filosofía Moderna - Roger Scruton.pdf

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Otros libros del autor

Art and Imagination La Estetica de la Arquilectura

Sexual Desire

M orality and M oral Reasoning The M eaning o f Conservatism The Philosopher on Dover Beach

Thinkers o f the New Left The Aesthetics o f Music

Una Breve Historia de la Filosofia M oderna La Comprensidn Estetica

La Filosofia Politica de Kant

y las siguientes obras de ficción

Fortnight's Anger Francesca A Dove Descending Xanthippic Dialogues

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Modern Philosophy

A n Introduction and Survey

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© R o g e r S cru to n , 1994

M o d ern P hilosop h y . A n In tro d u ctio n a n d S u rv ey © 1999, F iloso fía M od ern a : U na In tro d u cció n S in óptica

D erech os re se rv a d o s p a ra to d os los p aíses d e hab la hisp ana E d ito rial C u a tro V ientos, S an tiag o de Chile.

In scrip ció n R egistro P ro p ie d a d In telectu al N": 1 0 8 .0 6 6 I.S.B .N . N ” 9 5 6 -2 4 2 -0 5 3 -1

D iseño de p o rta d a : Josefina O livos D iag ram ació n : H é cto r Peña T rad u cción : H é cto r O rre g o M atte

R evisió n b ibliografía y G u ía de estud io: A íd a A cu ñ a V erificación: Pau lin a C orrea y M arcela C am p os

A l cu id a d o de la edición: F ra n cisco H u n eeu s

N in gu n a p a rte de esta p u b licación , in cluid o el diseñ o de la culiierta, p u ed e ser re p ro ­ d u cid a, alm a ce n a d a o tran sm itid a en m a n e ra alg u n a ni p o r nin gú n m ed io , ya sea eléc­

trico, qu ím ico, m e cá n ico , óp tico o de fotocop ia, sin au to riz a ció n p revia p o r escrito del editor.

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U na Introducción Sinóptica

R O G E R SC R U TO N

T raducción

H éctor O rrego

I

Editorial Cuatro Vientos

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Contenidos

N ota al l e c t o r ... xi

P rólogo a la edición en español, por M .E. O rellana Benado . . . . xiii

In tr o d u c c ió n ... xxxi

1. N aturaleza de la F ilo so fía ... 1

2. E s c e p tic is m o ... 16

3. O tros - I s m o s ... 23

4. Sí M ism o (Self), M ente y C u e r p o ... 34

5. A rgum ento del Lenguaje P r i v a d o ... 46

6. Sentido y R eferen cia... 59

7. D escripciones y Form as L ó g i c a s ... 72

8. C osas y P r o p ie d a d e s ... 84

9. La V erd ad ... 98

10. A parien cia y R e a lid a d ... 114

11. D io s ... 123 12. S e r ... 142 13. La N ecesid ad y Lo A P riori... 159 14. C a u s a ... 174 15. C ie n c ia ... 184 16. El A l m a ... 211 17. La L ib e rta d ... 229 18. El M un do H u m a n o ... 239 19. S ig n ific a d o ... 253 20. La M o r a l ... 273

21. Vida, M uerte e Id e n tid a d ... 302

22. C o n o c im ie n to ... 320 23. P e r c e p c ió n ... 331 24. I m a g in a c ió n ... 344 25. Espacio y T i e m p o ... 358 26. M a te m á tic a s ... 385 27. P a r a d o ja ... 400 28. Espíritu O b je tiv o ... 417 29. Espíritu S u b je t i v o ... 442 30. El D em o n io ... 462 31. E l Sí M ism o y el O t r o ... 485 G uía de E stu d io ... 501 N otas d el T r a d u c to r ... 597 Indice A n a lític o ... 603 In d ice O n o m á s tic o ... 611

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El texto princip al no tiene notas a pie de página u otros apparatus aca­ dém icos (pero sí hay notas del traductor que hem os incluido al final del libro, pp. 597-602, que ayudan a aclarar el texto). P or esa razón p resen­ to una guía de estudio que cubre el m aterial capítulo por capítulo, a veces en d etalle, otras superficialm ente, dependiendo del tem a. En la G uía de E stu d io, el lector encontrará lo siguiente:

(a) re fe re n c ia s p re cisa s a la s o b ra s a n a liz a d a s o m e n c io n a d a s e n el te x to (se in c lu y e n re fe re n c ia s e n e sp a ñ o l);

(b) le c tu ra s p re lim in a re s su g e rid a s; (c) a c la ra c ió n d e d ific u lta d e s e sp e c ífic a s;

(d) e x p a n s ió n d el te m a , d o n d e co rre sp o n d a , p a ra m o stra r có m o se c o n c ib e a h o ra ;

(e) b ib lio g ra fía ;

(f) e v e n tu a le s te m a s de d iscu sió n .

La G uía de Estudio dista de ser com pleta, sin em bargo espero que le perm ita al lector, sea estudiante o lego, aprovechar al m áxim o el texto principal.

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Pr ó l o g o a la e d ic ió n en español

Identidad, Filosofía y Tradiciones

In m em oriam Ezequiel de O laso, príncipe de la am istad. í . ¿Id en tid ad o id en tid ad es?

D esde lo que corrientem ente se considera su principio, esto es, desde la G recia clásica de P arm énid es, H eráclito, Platón y A ristóteles, hasta G ottlob Frege, W.V. Q uine, PF. Straw son, D avid W iggins, Saú l K ripke y D erek P arfit en la tradición analítica del siglo XX, la identidad ha sido tem a de reflexión para la filosofía. La identidad de los distintos tipos de cosas acerca de las cuales hablam os presenta m últiples dilem as. Unas consideraciones son aducidas a favor y otras en contra de tal o cual posición respecto de cuándo tenem os derecho a afirm ar que una cosa es la m ism a cosa que otra, esto es, que es idéntica a ella. Y, por lo m enos en apariencia, ¡hay tantos tipos distintos de cosas! Entre ellos, para acla­ rar nuestras ideas, puede destacarse a los objetos m ateriales (digam os, un barco o un cuchillo); los objetos abstractos (por ejem plo, el núm ero 5); los objetos de ficció n (D ulcinea del Toboso o H am let, príncipe de D inam ar­ ca); am én de los objetos que son tam bién sujetos (com o las personas), o los que son sociales (com o las instituciones) o, por term inar alguna vez con la enu m eración, los que son o fueron históricos (com o el pueblo ju d ío y el m apu che o los "p elu co n es" de la independencia chilena y la m asonería iberoam ericana decim onónica). De suerte que los dilem as se m u ltiplican y aseguran que, al m enos en ese sentido, en la irónica frase de D onald D avid son, "lo s filósofos no se quedarán sin trabajo".

Ya los griegos se preguntaron hasta cuándo puede afirm arse que un barco en el cual, durante siglos, unas tablas van reem plazando a otras, sigue siendo el m ism o barco. Pocos serán tan estrictos com o para sostener que apenas una sola m adera ha sido cam biada, ya no se trata del m ism o barco. Bajo la inspiración de esta línea de raciocinio,

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pudie-ra parecer pudie-razonable concluir que tendrem os un barco idéntico al origi­ nal sin im portar cuántas tablas se hayan cam biado, siem pre y cuando, digam os, el cam bio haya sido lento y gradual. Sin em bargo, ¿en qué sentido p od ríam os seguir habland o de el m ism o barco si hasta la últim a tabla original ha sido reem plazada y dicho reem plazo ocurrió hace si­ glos? D e sostener eso, ¿no quedarem os tan expuestos al ridículo com o quien dice "E ste cuchillo ha estado en uso durante 10 generaciones en m i fam ilia; unas veces, cuando se ha gastado, se ha reem plazado la hoja y otras, cuando ha cam biado la m oda, el m ango"?

A rtefactos com o los barcos y los cuchillos son productos del es­ fuerzo hum ano que carecen de la capacidad de m odificarse a sí m ism os. Pero hay otras clases de cosas y algunas de ellas poseen una naturaleza tal que pu eden cam biar, incluso cam biar bastante, y seguir siendo los m ism os ind ivid u os. Tal es el caso, según A ristóteles, con los anim ales que, entre su n acim iento y su m uerte, sobreviven profundas m od ifica­ ciones que, m uchas veces, incluyen el reem plazo de toda o casi toda la m ateria de la cual están com puestos sus cuerpos (com o ocurre, sin ir m ás lejos, con incontables seres hum anos). Pero tam bién aquí hay lím i­ tes a los cam bios que, en rigor, son im aginables. C uando alguien le m anifestó a Leibniz que él hubiera preferido, en vez de ser el que era, ser el em perad or de la C hina, el filósofo le dijo que eso era equivalen­ te a desear que él nunca hubiera existido y que sí existiera un em pera­ dor en la China.

C on la identidad de las instituciones, com o una universidad o una corte de justicia, tam bién em ergen dudas y dilem as, com o ilustra gráfi­ cam ente el siguiente caso. Poco después del golpe de Estado del 11 de septiem bre de 1973 en C hile, la prensa sobreviviente inform ó que el pleno de la C orte Suprem a había recibido a la Junta de G obierno for­ m ada aquel día por cuatro uniform ados de alta graduación. Pero, en una concepción form al de lo jurídico, en sentido estricto, ¿era eso p osi­ ble? La C onstitución chilena de 1925 prohibía a las Fuerzas A rm adas rebelarse en contra del poder ejecutivo, lo cual m anifiestam ente había ocurrido y con singular éxito. El jefe del ejecutivo se había suicidado; sus m inistros estaban prófugos o prisioneros; y la Jun ta de G obierno había declarad o al pod er legislativo "en receso". ¿A caso los jueces, que hasta el 11 de septiem bre de 1973 legítim am ente integraban la C orte Suprem a, no repararon en que al desaparecer el estado de derecho fun­ dado en la C onstitución de 1925, la C orte Suprem a m ism a tam bién había desaparecido? ¿Cóm o hubieran podido justificar sus señorías su creencia que el pod er jud icial había sobrevivido incólum e a la d esapa­ rición de los otros dos poderes del Estado, que era idéntico con (esto es, una y la m ism a cosa que) la institución existente antes de dicha rebelión?

Pues bien, con argum entaciones inspiradas en cierta concepción histórica de las instituciones republicanas chilenas. Porque, en una vi­

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P R Ó L O G O X V

sión hisp anófila de tipo rom ántico, todas ellas no son sino las institu ­ ciones del im perio español en A m érica con nom bres nuevos. Así, en este caso, la C orte Suprem a era la m ism a cosa que (esto es, idéntica con) la R eal A u diencia, el m áxim o tribunal de C hile durante el período colo­ nial. Y, visto de esa m anera, si creían que con el m ero cam bio de nom ­ bre a "C orte Su p rem a", la Real A udiencia había sobrevivido a la In­ depend encia, al quiebre del 18 de septiem bre de 1810 con el régim en im perial español, sus señorías bien hubieran podido creer tam bién que su institución había sobrevivido al 11 de septiem bre de 1973. C ons­ titu cionalm ente, esta últim a fecha representa un cam bio menor, tan solo una ruptura m ás de la variante liberal y presidencialista del régim en rep u blican o 1.

2. La estrategia arg u m en tativ a

Los ejem plos anteriores ilustran los dilem as acerca de la id entidad que han ocupad o a los filósofos por siglos y la clase de deliberaciones a las que dan lugar. Son, por así decirlo, los prim eros trazos en un bosquejo de la tradición analítica en la filosofía contem poránea, a la cual perte­ necen tanto el profesor Roger Scruton com o su obra Filosofía M oderna: Una Introducción Sinóptica. Pero, adem ás, estos ejem plos cum plen otras dos funciones. En p rim er lugar, insinúan que, al contrario de lo que su ponen las incontables víctim as del analfabetism o filosófico, m uchas deliberaciones filosóficas están relacionadas con la vida económ ica, legal y política de las sociedades, aquello que con ingenuidad conm ovedora tales personas llam an "el m undo re a l"2. Y, en segundo lugar, estos ejem ­ plos anticipan cuán peliagudo dilema genera la pregunta por la identidad cuando su foco lo ocupa la filosofía m ism a3. Este es un problem a gene­ ral respecto del cual algo se dice en las secciones tercera y cuarta del pre­ sente prólogo. A continuación, se evalúa la presentación que el profesor 1 E s ta m a n e ra de p re se n ta r este asu n to se ha ben eficiad o de con v e rsa cio n e s con el Dr. A lfre d o Jo c e ly n -H o lt L e telier; v é a s e A lfred o Jo ce ly n -H o lt L ., In d ep en d en cia d e C h ile:

T radición , M o d ern iz a ció n y M ito , M apfre: M ad rid , 1992. U n bosquejo del ran g o de in ter­

p re ta cio n e s glob ales de la revolu ción de 1 9 7 3 en C hile en M. E. O rellan a B enad o,

A llen d e, A lm a en P en a , D em en s & Sap ien s: S an tiag o de C hile, 1998, secció n 6.

2 A lg u n a s co n se cu e n cia s del an alfab etism o filosófico en el diseñ o de estra te g ia s de d e sa ­ rrollo se e x p lo ra n en M. E. O rellan a B en ad o, "A rrib ism o e p iste m o ló g ico y desarro llo cie n tífic o -te c n o ló g ic o " en E d u a rd o S ab ro vsk y (co m p ila d o r), T ecn ología y M o d ern id a d :

É tica, P o lítica y C u ltu ra , H ach ette: S an tiag o de C hile, 1992.

3 U n bosq uejo de u n p ro g ra m a plu ralista m u ltid im en sion al en m etafilosofía b a sa d o en la in teligib ilid ad y c a p a c id a d e x p lica tiv a d e los sigu ientes tres su p u estos: 1) E x iste un a n a tu ra le z a h u m a n a co m ú n a to d o s los seres q u e son h u m a n o s en sen tid o filo s ó fic o ; 2) E x iste u n a d iv e rsid a d de id e n tid ad es h u m a n a s (con stitu id as p o r ra n g o s de costu m b res c o m p a rtid a s p o r d e te rm in a d o s in d iv id u os, qu e son p arcialm en te in co n m en su rab les entre ellas) q u e es in trín se ca m e n te valiosa a p e sa r d e con ten er id en tid ad es h u m a n a s específi­ ca s q u e sean a b e rra n te s en sen tid o filo s ó fic o ; y 3) Existe p ro g reso en el diálog o filosófico,

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Scruton hace de la identidad de la filosofía analítica en términos de la filo­ sofía "tal como se la enseña en las universidades de habla inglesa". Finalmente, se bosqueja una opción metafilosófica distinta, que la entien­ de como una tradición filosófica, en un análisis que distingue en dicho tér­

mino teórico tres componentes: la concepción, la institución y la política de

la filosofía. Pero esos asuntos más específicos deberán esperar hasta la quinta y última parte de este prólogo.

3. Religiones, "filosofías" orientales y filosofía occidental

¿Hay solo una filosofía? ¿Es ella toda un solo gran río, un Amazonas, de cuyo caudal las distintas filosofías son solo tributarias? O, más bien, ¿se trata de distintos grandes ríos, un Am azonas, un Ganges, un Mississippi, un Nilo y un Yangtze, que nacen en lugares y tiempos dis­ tintos para desembocar en lugares y tiempos distintos? Mínimamente, ¿son la filosofía occidental y la filosofía oriental simples variantes de una misma disciplina, dos brazos de un mismo río, la filosofía o, por el contrario, son ellas dos cosas distintas que, la metáfora es de Wittgens-tein, ni siquiera comparten un parecido de familia? La primera de estas

opciones requiere, desde luego, explicitar cuál es el denominador común para cuerpos, al menos en apariencia, tan distintos como la filosofía oriental y la filosofía occidental. A primera vista, pudiera parecer fácil encontrarlo. ¿Acaso no comparte la filosofía occidental con la oriental la ambición de proveer una visión global del mundo en el cual surge la experiencia humana y, en sus términos, derivar recomendaciones que orienten nuestra conducta? Pero, aunque tentadora, no debemos aceptar esta opción porque, en sus términos, la filosofía se vuelve la misma cosa

que la religión. Porque la búsqueda de tales visiones globales y de reco­ mendaciones orientadoras de la conducta es una meta que la filosofía comparte con las religiones. Quien reconoce como "filosofías" a las vi­ siones y las recomendaciones de textos orientales clásicos, como la

Bhagavad Gita, tiene que hacer lo mismo con las visiones y recomenda­

ciones de la Ilíada y de la Odisea, para no decir nada de aquellas conte­

nidas en los cinco libros de la Tora mosaica, los libros de los profetas y

Los de las escrituras (conjunto de textos más conocido como Antiguo 7-:~:.imento, el nombre que le dieron los cristianos), en el Nuevo Tes-

o en el Corán. Si la mencionada ambición fuera el denominador

j-rr.ún a las filosofías occidental y oriental, entonces también la religión

c o m o u n a c o n v e r s a c ió n i g u a lita r ia p e r o r e s p e tu o s a q u e n i s a c r a l i z a n i d e s c a -- ; i i r.2¿ : e en M . E . O re lla n a B e n a d o , A n d r é s B o b e n r ie th M is e r d a y C a r lo s V e rd u g o S i—.2 ' V c t a p h i l o i o p h i c a l p lu r a lis m a n d p a r a - c o n s is t e n c y : f r o m o r i e n ta t i v e to m u lti-K - ' r ' _ r2.:;r r . .r v .Y t .i m e s o f th e 2 0 th W o r ld C o n g r e s s o f P h ilo s o p h y ( p o r a p a r e c e r ). E s ta r c o n el g e n e r o s o f in a n c ia m ie n to d e l F o n d o N a c io n a l d e D e s a r r o llo : \ T r — d e C h ile ( P r o y e c to F o n d e c y t 1 9 7 0 6 1 3 ) .

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P R Ó L O G O X V Ü

(incluida la "m ito lo g ía", denom inación que algunos prefieren para reli­ giones distintas de la suya) sería filosofía. Pagar ese precio por la u ni­ ficación de la filosofía occidental con la oriental es excesivo. Tradicio­ nalm ente, se ha favorecido la opción opuesta. A saber, sostener que la filosofía com o tal com ienza a existir solo cuando el m undo griego rom pe con lo que algunos llam an "e l m ito " (esto es, con la religión helé­ nica). Las m itologías, entonces, extraen visiones globales de la tradición oral, de textos y de pronunciam ientos de agoreros, pitonisas y profetas cuya autorid ad tiene carácter sagrado. Pero la filosofía, por el contrario, típicam ente, p on e en tela de ju icio la autoridad m ism a de las distintas fuentes (la religión, la experiencia sensorial, la ciencia o el sentido co­ m ún). Ella privilegia, en cam bio, a la argum entación racional, aquello que desde una m etafilosofía pluralista puede ser descrito com o un espa­ cio argum entativo de encuentro y diálogo que procede absteniéndose de descalificar y de sacralizar a quienes presentan, analizan y evalúan dis­ tintas visiones globales así com o las respuestas que cada una de ellas ofrece a preguntas esp ecíficas4.

La filosofía, entonces, com enzaría allí donde la m itología term ina o, en térm inos m ás exactos y respetuosos, donde las religiones term inan. M ás tarde tendrem os ocasión de m encionar la idea opuesta, asociada con el C írculo de V iena, según la cual la filosofía com ienza allí donde term ina la ciencia. A sí, al peso de las am biciones y de sus productos, hay que contraponer el peso de los m étodos propios de la filosofía. Procediendo de esta m anera se evita el riesgo de identificar a la filosofía con la reli­ gión. Pero tal estrategia tiene, tam bién, su costo argum entativo. Enten­ dido de esta m anera el asunto, hablar de la "filoso fía occid en tal" sería, en el m ejor de los casos, un pleonasm o. Porque la única filosofía que hay, según esta m anera de ver el asunto, es la occidental, aquella que com ienza en la G recia clásica. Tal posición, desde luego, no niega el poten cial filosófico de los distintos textos sagrados. Pero lo elabora solo en térm inos del debate racional (ejem plo señero de esta posibilid ad es, desde luego, la tradición to m ista)5. A hora bien, aun si se acepta un entend im iento argum entativo de qué sea la filosofía así com o la restric­

4 P a ra a lg u n o s d etalles a ce rca de u n a co n ce p ció n arg u m e n ta tiv a de la filosofía en la tra ­ dición analítica, v é a se M . E. O rellana Benado, P lu ralism o: U na É tica d el Siglo X X I, Editorial U n iv ersid ad de S an tiag o: S an tiag o de Chile, 1994. U n a in trod u cció n a la ob ra del pionero del p lu ralism o qu e inspira esa p rop u esta en M . E. O rellana B enad o, "E l co sm o p o lita en la az o te a : Isaiah Berlin y el Siglo T errib le", A n u a rio d e F iloso fía Ju ríd ica y S ocial N ” 15 (1997). V éase tam b ién N ich olas Rescher, P lu ralism : A g ain st the D em a n d f o r C on sen su s, C laren d on : O xford , 1 9 9 3 y N .R ., La L u cha de los S istem as: Un E n sayo S obre los F u n d am en tos

e Im p licacio n es d e la D iv ersid a d F ilosó fica (trad u cció n de A d olfo G arcía d e la Sienra),

U n iv e rsid a d N a cio n a l A u tó n o m a d e M éxico: M éxico, 1995. U n a evalu ación crítica de la p o sición de R esch er en esta ú ltim a ob ra en M. E. O rellana B enad o et al. (p or aparecer). 5 U n c u id a d o e je m p lo en Jo a q u ín G a rc ía -H u id o b ro , N a tu r a le z a y P o lític a , E d e v a l: V alp araíso , 1997.

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ción adicional de circunscribir la atención al cam po occidental, reapare­ cen las dificultades.

¿Qué tienen en com ún que perm ita considerarlas la m isma cosa, esto es, idénticas en tanto filosofía occidental, el idealism o platónico y el realism o aristotélico; el platonism o cristiano de A gustín de H ipona, el aristotelianism o m osaico de M oshe ben M aim ón (más conocido com o M aim ónides, la versión helenizada de su nom bre) y aquel de Tomás de A quino; los em pirism os de M aquiavelo, Bacon, Locke, Berkeley y H um e y los racionalism os de D escartes, M alebranche, Spinoza y Leibniz; el idealism o trascend ental de K ant y el dialéctico propuesto por H egel; el existencialism o volu ntarista de Schopenhauer, nihilista de N ietzsche, vitalista de O rtega, fenom enológico en H usserl, ontologista de H eideg- ger y nauseabu nd o de Sartre; las filosofías de la ciencia de raigam bre m aterialista dialéctica de M arx, positivista reform ista en C om te, verifi- cacionista del C írculo de Viena, falsacionista de Popper, naturalizada en Q uine, relativista con K uhn y la anarquista de Feyerabend; el pluralis­ mo valorativo de Berlin; las filosofías del lenguaje com o acción en A ustin y Searle o com o d econstrucción en D errida; y, por term inar en alguna parte, la m etafísica descriptiva de Straw son? En la quinta sección se sugerirá un m arco m etafilosófico que perm ite responder a esta pre­ gunta.

4. Tres caricatu ras insp irad as en la h istoria de la filosofía

La historia de la filosofía ha sido presentada de m aneras distintas pero igualm ente m agistrales en m últiples obras que son de fácil acceso. Para la tarea del presente prólogo, por lo tanto, basta con d istinguir tres m om entos en dicho desarrollo y hacer caricaturas de cada uno de ellos que, sin ser retratos acabados con pretensiones de realism o, perm itan sí evocar y reconocer el m odelo que inspira a cada una. Estos tres m om en­ tos son los sucesivos encuentros de la filosofía que nació en G recia con e¿ m onoteísm o jud eocristiano; luego con culturas m ás allá de la Europa cristiana, de los cuales el descubrim iento del N uevo M undo servirá aquí ¿e em blem ático; y, finalm ente, con la ciencia m oderna y, en particular, er.tre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, con la nueva lógica, circunstancia en la cual fue concebida la filosofía analítica.

La caricatura del prim er m om ento contrasta dos visiones globales. '_’r.2 de ellas, llevada a cabo por A gustín de H ipona en su Ciudad de r . : - . sintetiza el m onoteísm o judeocristiano y la filosofía de Platón; el r .ír .r o del conocim iento está restringido al seguim iento de la ley divi- n c r rc v e r para obedecer. La otra, en clave m osaica y luego en clave hace lo propio con A ristóteles. La versión m osaica se debe a '■ 'i.rr.: redes en su Guia de Perplejos, m ientras que la versión cristiana fue

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P R Ó L O G O xix

com pletada casi un siglo m ás tarde, por el doctor angelical, Tomás de A quino, en su m onum ental Surtía de T eologíab.

A qu í el conocim iento em pírico se ju stifica porque lleva a una adm iración m ayor por el autor del m undo: conocer para entender. En esa visión global, el m undo fue creado de la nada por un Ú nico D "s, om nipotente, om nisciente, ju sto y m isericordioso. Él es, habland o ya en el vocabu lario aristotélico de la m etafísica tom ista, una substancia y tres personas; la causa últim a de la existencia del m undo; el motor inm óvil del cual surgen las leyes que rigen tanto los m ovim ientos de las substancias en el m undo físico com o aquellas que deben guiar a las substancias cuya fo rm a es la racionalid ad, los seres hum anos, en la configuración libre del m undo m oral. Tal es, por lo m enos, parte del sentido de la plegaria del padrenuestro, "H ág ase tu voluntad así en la Tierra com o en el cielo".

En la caricatura del segundo m om ento en el desarrollo de la filo­ sofía occid ental, el encuentro con el N uevo M undo tiene un carácter em blem ático. Este descubrim iento geográfico, u n hallazgo de la expe­ riencia, term ina erosionando la autoridad del texto sagrado, quitándole entre otras cosas, efectividad política, de m anera tan drástica, rápida y, en apariencia al m enos, tan definitiva com o difícil de reconstituir, m edio m ilenio m ás tarde. A hí había estado siem pre un m undo entero, el N u e­ vo M undo, p oblado por m illones de seres; un im perio cuya capital, Tenochtitlán, com o inform a un alucinado H ernán Cortés al rey de Es­ paña, era m ás grande que Sevilla, entonces la principal ciudad españo­ la. Y la Biblia en lugar alguno m enciona ni al m undo nuevo ni a sus habitantes. ¿C óm o explicar esto?

El aristocrático escepticism o del m edio-judío M ichel Eyquem Lo­ pes, cuyo padre com prara el título de señor de M ontaigne, refleja el im pacto de ese encuentro. A l desnudo queda la inhum anidad de las guerras ju stificad as por divergencias teológicas y filosóficas en la inter­ pretación bíblica. C am bia la evaluación de las m atanzas de los indefen­ sos seguidores de M oisés que, en su cam ino de ida y de regreso a Tierra Santa, perpetraron los cruzados; de sus batallas contra los seguidores de M uham ad; y de los feroces conflictos entre católicos y protestantes en A lem ania, E scocia, España, Francia, H olanda, Inglaterra y Suiza, en los cuales, con entusiasm o, los seguidores de Jesú s se asesinan unos a otros invocando su nom bre. De ser consideradas santas, ellas pasan a ser d es­ critas com o sangrientas.

Al socavam iento de la visión global tom ista causado por el cism a de la C ristiand ad europea, la Reform a encabezada por Lutero contra la Iglesia R om ana, se sum a la creciente aceptación entre los eclesiásticos especializados en asuntos astronóm icos (encabezados por el canónigo de 6 V éase A le x a n d e r B ro ad ie, "M a im o n id e s an d A q u in a s" en D aniel H. F ra n k y O liver L e a m a n (e d ito res), H is to ry o f Jew ish P h iloso p h y , R ou tled ge: L o n d res, 1997.

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Frauenburgo, N icolás C opérnico) de la hipótesis heliocéntrica. D icha hip ótesis contradecía a la cosm ología cristiana, la cual siguiendo a A ris­ tóteles, ubicaba a la Tierra en la región que, en sus térm inos, era la más deleznable (y la m ás alejada del Ú nico D "s): un resum idero de pesada m ateria, en torno al cual giran, con m ayor velocidad, esferas m ás suti­ les, m ás espirituales. He aquí una ironía en la historia de las ideas reli­ giosas y políticas: las investigaciones astronóm icas que avalaron la hipó­ tesis heliocén trica surgieron de la exigencia papal por un calendario exacto que perm itiera la correcta celebración de las fiestas cristianas. La ciencia m ordió la m ano que la alim entaba.

A pesar de oponerse a la visión global tom ista entonces hegem ó- nica, la h ip ótesis heliocéntrica se im puso entre quienes bu scaban la m ejor explicación de las observaciones astronóm icas recolectadas duran­ te la alta edad m edia. H acia fines del segundo m om ento en el d esarro­ llo de la filosofía occidental, la conjunción de éstos y otros factores hace que, para el am plio rango de fenóm enos que van de la política a la físi­ ca, la experiencia y la observación com iencen a presentarse com o las verdaderas fuentes del conocim iento. O bras tan disím iles en otros sen­ tidos, pero tan parecidas en su inspiración em pirista, com o lo son El Príncipe de M aquiavelo y La Gran Restauración de Bacon, ilustran este cam bio. C onocer es poder, esto es, dominar.

El im pacto con la ciencia m oderna caracteriza al tercer m om ento de la filosofía occidental. Ya en el siglo XVII, éste ha afectado profun­ dam ente la m anera cóm o los filósofos conciben su disciplina. En su Ensayo sobre el Entendim iento H um ano de 1690, John Locke describe su tarea, la tarea del filósofo, en térm inos de aquella de un m ero peón, al cual solo corresponde lim piar el cam ino por el cual pasan, en su m ar­ cha triunfal, los grandes del conocim iento, los científicos m odernos, encabezados por el "incom parable Mr. N e w to n "7. En el siglo XV III, D a­ vid H um e d escribe el propósito de su Tratado de N aturaleza H um ana com o la "in tro d u cción del m étodo experim ental en las ciencias m ora­ le s". En las prim eras décadas del siglo XIX, C om te articula esta visión global en u n sistem a según el cual la ciencia es la fuente últim a de todo el conocim iento que genuinam ente m erece ese nom bre: el positivism o.

Las ciencias todas, según una ley de C om te, pasarán por tres esta­ dios sucesivos: teológico, m etafísico y positivo. En el estadio teológico, dado un fenóm eno, el conocim iento consiste en el intento de responder a la pregunta "¿Q u ié n ?". Se bu sca quién es responsable del fenóm eno, quién lo gobierna: si acaso, las ánim as (en la etapa anim ista), los dioses (en la etapa politeísta) o, finalm ente, el Único D "s (en la etapa m onoteís­

7 D etalles a ce rca de la p o sición de L o ck e en M . E. O rellan a B en ad o, "U tte rly in se p a ra ­ ble from the b o d y : los d ed o s m icro scó p ico s y los ojos m acro scó p ico s de Joh n L o ck e" en

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P R Ó L O G O xxi

ta). En el estadio m etafísico, dado un fenóm eno, se pregunta "¿P o r qu é?". C om o respuesta se busca ahora, no un Ú nico D "s, sino una causa. En el estadio positivo, el definitivo, la ciencia adquiere por vez prim era su carácter de tal. D ado un fenóm eno, solo pregunta "¿C ó m o ?"; a saber, cóm o se relacionan las cantidades positivas, observables y m edibles en dicho fenóm eno (de ahí "po sitivism o ", el nom bre de la doctrina de Com te), esto es, bajo qué leyes. En la fórm ula positivista, repetida aún en tantas partes, "L a ciencia no pregunta por qué; solo pregunta cóm o".

Según C om te, la física ha sido la prim era ciencia en alcanzar el estadio p ositivo, pero, a su debido tiem po, lo harán tam bién las dem ás, quím ica, biología, psicología, cada una con sus leyes propias, hasta lle­ gar a la "física so cial", la ciencia que él bautizó con el nom bre de "so cio lo g ía ". Para la élite intelectual laica, asociada con la Ilustración y la E ncyclopédie, que floreció m ientras caían decapitadas las testas coro­ nadas del absolu tism o, la ciencia m oderna se ha convertido en la fu en­ te ú ltim a de su visión global, aquella del positivism o. Pero la ciencia m od erna n o es n ada sin la m atem ática, sin la capacidad de contar y m edir lo que se observa. Por lo tanto, faltaba para com pletar la bóveda positivista una últim a piedra: la validación filosófica de la m atem ática. A sí se term inaría el tem plo en el cual se veneraría a la R eligión de la H u m anid ad propu esta por C om te y todo sería, en el lem a del p ositi­ vism o que recoge la band era del Brasil, "O rd en y Progreso".

En la segunda m itad del siglo XIX, los m atem áticos habían logrado reconstruir, a partir de los núm eros naturales y las operaciones aritméticas elem entales, el cálculo y el álgebra. Pero la base del edificio, los núm eros, estaba rodeada aún de un aire de misterio. Dos preguntas básicas reque­ rían respuesta: "¿Q ué son los núm eros?" y, por otra parte, "¿Q ué es la ver­ dad aritm ética?". Este es el escenario en el cual hace su aparición Gottlob Frege (1848-1925), lógico y filósofo, quien es corrientem ente considerado, en la m etáfora estadounidense, el prim er padre fu ndador de la tradición analítica. Buscando un sistem a que perm itiera garantizar la validez de las pruebas m atem áticas en términos de las cuales formularía sus respuestas a esas dos preguntas, Frege inventó una nueva lógica, basada en cuantifi- cadores y variables, que presentó en su Begriffsschrift (1879)8. Este logro de Frege es de tal envergadura que solo cabe com pararlo al de Aristóteles cuando inventó el silogismo, el sistem a con el cual com ienza el estudio form al del razonam iento hum ano, tres siglos antes de la era cristiana. Entre otras consecuencias, su im pacto causó la "revolu ción" filosófica con la cual, en el siglo XX, com ienza la tradición analítica9.

8 V ertid a al ca stellan o co m o G ottlob Fre g e , C on cep tog ra fía (tra d u cció n de H u g o P ad illa), U n iv e rsid a d N a cio n a l A u tó n o m a d e M éxico: M éxico, 1972.

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El profesor Scruton dice que el propósito de su notable, oportuno y docum entado libro es fam iliarizar al lector con la disciplina "tal com o se la enseña en las universid ad es de habla in g lesa". Si bien él reconoce que, a veces, adjetivos com o "a n a lítica " son usados para describir ese tipo de filosofía, su preferencia es no hablar de "filosofía analítica" por­ que dicha etiqueta, erróneam ente, sugeriría que existe "u n grado m ayor de u nid ad de m éto d o" entre quienes practican ese tipo de filosofía que aquel que se da en la realidad. En un m om ento volverem os sobre esta justificación. Porque corresponde prim ero destacar cuán desafortunada es la m anera en la cual el profesor Scruton presenta el tipo de filosofía tratada en Filosofía M oderna: Una Introducción Sinóptica.

Veremos tres razones que respaldan este juicio, para luego sugerir otra opción que p erm ite com pletar adecuadam ente el presente bosquejo de la filosofía analítica y el contexto en el cual ella surge. A ntes de hacerlo, sin em bargo, corresponde precisar y destacar que la objeción de m arras n o afecta el contenido de la obra de Scruton, sino solo la m an e­ ra en la cu al él lo presenta. Si b ien este asunto es menor, corresponde al p rólog o aclararlo para así proteger a la obra de Scruton de m alen­ tendidos y objeciones que pu d ieran levantarse sobre tal base. Para una traducción al castellano de A m érica, contexto en el cual la tradición ana­ lítica está, la m etáfora es de G oodm an, m enos atrincherada que en otras regiones del m u ndo, tal peligro es re a l10.

La prim era razón para calificar de desafortunada la descripción del profesor Scruton es su excesivo insularism o. Fuera de G ran Bretaña, en m uchas universid ad es "d e habla in g lesa" se enseña la disciplina de otras m an eras, que son distintas a la que cultiva Scruton; por dar algu­ nos ejem plos, a la m anera existencialista, fenom enológica, herm enéutica, pragm ática, m arxiana y tom ista. El segundo reparo es el anacronism o de su descripción. A un si, pasando por alto a las universidades de Viena (donde enseñó Schlick) y de Berlín (donde enseñó Reichenbach), se con­ cediera que alguna vez la filosofía con la cual trata su libro se enseñó y se practicó exclusivam ente en "universidades de habla inglesa" (digam os, en C am bridge, H arvard y O xford), no es m enos cierto que en el último tercio del siglo XX, esa m anera de hacer filosofía fue cultivada con cre­ ciente vigor en universidades que no eran "d e habla inglesa" sino de

5. La tradición analítica en la filosofía del siglo XX

M acao de L le d ó ), R evista de O ccid en te: M ad rid , 1 9 5 8 ; M irko Sk arica, In tro d u cció n a la

F ilo s o fía A n a lítica , U n iv e rsid a d C ató lica d e V alp araíso : V alp araíso , 19 7 4 ; A .J. A yer, L en g u aje, V erdad y L ó g ica (tra d u cció n de M arcial S u árez), M artín ez R oca: B arcelo n a, 1976.

P o r ejem plo, en C hile, el Fo n d o d e D esarrollo C ientífico y T ecn ológico solo reco n oció e xp lícitam en te "F ilosofía a n a lítica " co m o tem a de in vestig ación en la ú ltim a d é ca d a del X X . La p ro p o sició n d e h a ce rlo su rg ió del Dr. M ario L etelier S o tom ayor, un in ge­ rí:::-;' de la U n iv e rsid a d de S an tiag o de C hile que in tegraba el C onsejo de C ien cia.

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P R Ó L O G O xxiii

habla alem ana, castellana, catalana, finlandesa, hebrea, holandesa, portu­ guesa y, por interrum pir un listado que podría seguir, sueca y v a sc a ".

Tal vez, com o el profesor Scruton tem e, hablar de "filoso fía analí­ tica" a secas pu d iera sugerir que entre quienes la practicaron en, diga­ m os, el ú ltim o tercio del siglo XX, existió "u n grado m ayor de unidad de m éto d o" que aquel que se dio en la realidad. Y eso, com o correcta­ m ente él sostiene, es falso. Pero la restricción tem poral de la tesis es ind ispensable. C iertam ente R ussell, el autor de la expresión "análisis fi­ lo só fico ", sí cree que la nueva lógica de cuantificadores y variables es el m étodo definitivo para resolver los dilem as filosóficos. Y no pocos de sus seguidores durante, digam os, el prim er tercio del siglo XX, tam bién lo creyeron. A hora bien, una cosa es que los prim eros filósofos analíti­ cos hayan creído tener "u n id ad de m étod o". Y otra cosa, m uy distinta, es que los filósofos analíticos posteriores hayan rechazado esa creen cia12.

E n todo caso, hay m aneras de evitar el peligro que le preocupa a Scruton sin describir su m anera de hacer filosofía por referencia al "h a ­ bla in g lesa". U na de ellas consiste, en los térm inos que a continuación se explicitan, en usar "filoso fía analítica" com o una abreviatura de la tradición analítica en filoso fía o, si se prefiere, la tradición de la filoso fía an a­ lítica. Irónicam ente, un filósofo com o Scruton, cuya reputación se asocia con un talante conservador, ha pasado por alto, precisam ente, el poten­ cial del concepto de tradición para resolver este problem a. Es en este sentido que el tercer y últim o reparo a su decisión de no hablar de "filo ­ sofía an alítica" es su insuficiente conservadurism o.

A hora bien, ¿qué debem os entender por una tradición filo só fica ? Esta es una pregunta com pleja, que no corresponde a este prólogo res­ pond er de m anera acabada. Para los propósitos presentes, es suficiente con dar solo el prim er paso. Se trata de un m arco teórico que distingue entre la concepción de la filosofía, la institución de la filosofía y, final­ m ente, la política de la filosofía, tres com ponentes del térm ino tradición filosófica. El prim er com ponente, entonces, dice relación con cuáles se considera que son las am biciones, preguntas, m étodos, respuestas y divisiones tem áticas de la filosofía. El segundo com ponente recoge, por lo m enos, los autores y textos considerados canónicos por grupos de filósofos que, m ás allá de sus diferencias respecto de la concepción de la filosofía a la cual suscriben, integran una y la m ism a red de form ación,

11 E n ca stellan o , e n tre o tro s, José H ierro S á n ch ez-P escad o r, P rin cip ios d e F ilo so fía del

L en g u a je, A lian za: M ad rid , 19 8 6 ; C . U lises M oulines (ed ito r), La C ien cia: E stru ctu ra y D esa rro llo (E n ciclo p ed ia Ib ero am erican a de Filosofía, v o lu m en 4 ), T rotta: M ad rid , 1993, y

L eó n O livé (ed ito r), R ac io n a lid a d E pistérnica (E n ciclop ed ia Ib ero am erican a de Filosofía, v o lu m e n 9 ), T rotta: M a d rid , 1995.

12 D ebo la su g e re n cia d e p re cisa r este a su n to al Dr. W ilfredo Q u e z a d a P u lid o. Sobre la relació n d e R ussell co n la "filosofía cien tífica", véase la m o n u m e n ta l ob ra d e R ay M on k, Bertra n d R u ssell: T h e S p irit o f S olitu d e, Jo n ath an C ap e: L o n d res, 1996.

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producción y difusión El tercer com ponente identifica las relaciones que una institución de la filosofía dada tiene con otros dom inios de práctica tales com o el arte, la ciencia, la literatura, la econom ía y la polí­ tica, contextos en los cuales los seres hum anos tam bién luchan por el poder en u na disputa que, según el lapidario juicio de H obbes, cesa solo con la m uerte.

M ientras el prim er com ponente apunta a la dim ensión conceptual o ideal de la d isciplina (aquello que, corrientem ente, acapara la atención cuando se habla de filosofía: sus esperanzas y sus productos), el segun­ do apunta a su d im ensión concreta, com o dirían tradiciones filosóficas distintas de la analítica, a su m anera de estar-en-el-m undo o a su en car­ nación en "e l m undo real". Este segundo com ponente del térm ino tradi­ ción filosófica individu aliza a quienes practican una determ inada filoso­ fía, los seres hum anos reales y concretos que son los filósofos, com o certeram ente insistía U nam uno; individualiza los textos que los inspiran; identifica concatenaciones form ativas de m aestros y discípulos: sus cen­ tros de estudio, las revistas en las cuales pu blican sus resultados y las jorn ad as, sem inarios y congresos en que los d e b a ten 14. La cond ición m í­ nim a para hablar de una tradición filosófica, entonces, es que a lo largo del tiem po resulte explicativam ente provechoso asociar con ella más de una concepción de la filoso fía (ya sea por diferencias respecto de las am bi­ ciones o las preguntas o los m étodos), pero a lo más una institución de la filosofía "re a l y concreta".

A ntes de abandonar estas consideraciones abstractas, vale la pena destacar una consecuencia de ellas. La "con d ición m ínim a" para hablar de una tradición filosófica im pone la restricción según la cual solo p od e­ m os hacerlo de m anera retrospectiva. Frege, Russell, M oore y W ittgens- tein, por ejem plo, nunca supieron que eran "filósofos an alíticos". U na reflexión com p leta sobre esta consecuencia cae m ás allá del presente prólogo porqu e nos llevaría a tem as m etafilosóficos cuya relevancia al asunto en cuestión es tangencial. En todo caso, esta consecuencia es m enos sorprendente de lo que pudiera pensarse inicialm ente. Tam poco A ristó teles supo nunca que era un filósofo "c lá sico "; ni Tomás de A quino que era un "m e d iev a l"; n i D escartes que era un "m o d ern o ". El entend im iento histórico, incluido aquel de la filosofía, es retrospectivo; en la sed u ctora im agen de H egel: el búho de M inerva em prende el vuelo al atardecer.

13 E sta p ro p u e s ta d ifiere de la qu e in sp ira el título de la te m p ra n a re co p ilació n d e Javier M u g u erza, La C on cep ció n A n a lítica d e la F ilosofía, A lian za: M ad rid , 1974, 2 v o lú m en es. P o r las ra z o n e s aqu í d a d a s, n o e xiste la co n cep ció n analítica de la filosofía sino, m ás bien, un ran g o d e co n ce p cio n e s d istin tas aso cia d a s co n la trad ición analítica.

14 V éase el c o m ie n z o d e M ig u el de U n a m u n o , D el S en tim ien to T rágico de la V ida en los

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P R Ó L O G O X X V

A pliquem os ahora este m arco teórico al caso de la "filoso fía analí­ t i c a " 15. H ablar de una tradición analítica, entonces, requiere que pueda asociarse con dicho térm ino m ás de una concepción de la filosofía. Y la tradición analítica satisface esta condición. Ya durante su período funda­ cional, con trastan en ella una concepción im presionada por el positivis­ m o y el lengu aje científico y otra, inspirada en el sentido com ún y el lengu aje ordinario. La am bición de la prim era, la concepción cientificis- ta, pu ed e ser descrita en térm inos de m ostrar la continuidad de la filo­ sofía con la visión global que prom ueve la ciencia m oderna; en la m etá­ fora de G ood m an, el científico m aneja el negocio m ientras el filósofo lleva la contabilidad. Sus preguntas dicen relación con la evaluación filosófica del desarrollo de la ciencia m oderna y los m od elos con los cuales éste pu ed e ser entendido. El m étodo asociado a la concepción cientificista es un análisis conceptual que im ita las definiciones, cons­ trucciones y axiom atizaciones de la m atem ática y la lógica de cuantifi- cadores y variables, el supuesto lenguaje perfecto para la ciencia desa­ rrollado por F re g e 16.

Frege articuló su respuesta a las preguntas acerca de la naturaleza de los núm eros y de la verdad aritm ética en una versión para el gran público, Los Fundam entos de la A ritm ética (1884), y en otra dirigida a es­ p ecialistas, Las Leyes Básicas d e la A ritm ética (1893). Su doctrina, que se ha dado en llam ar logicism o, es la tesis según la cual la aritm ética se reduce a la lógica, de suerte que los núm eros naturales y las relaciones entre ellos p u ed en ser deducidos o, si se prefiere, construidos a partir de nocion es lógicas. Poco después, entre 1910 y 1913, Bertrand R ussell (1872-1970), corrientem ente considerado el segundo padre fu n d a d or (o, si se p refiere, la partera) de la trad ició n an alítica, p u b lica co n A .N . W hitehead los tres volúm enes de su Principia M athem atica presentando un enfoque sim ilar. A rm ado con esta nueva lógica y el resuelto ánim o del aristócrata Victoriano, Russell sale a conquistar la ju ng la filosófica.

Su m ás adm irado trofeo, la llam ada teoría de las descripciones definidas, la solución putativa de un problem a acerca del lengu aje cien­ 15 R e sp e cto del d e b a te in terno a ce rca de su id en tid ad en la trad ición an alítica, véan se, M ich ael D u m m e tt, " C a n an alytic p h ilo so p h y be sy stem atic, and o u g h t it to b e ? " en M .D ., T ruth a n d O th er E n ig m as, D u ck w orth : L o n d res, 1978; H ao W ang, B ey o n d A n a ly tic

P h iloso p h y : D o in g Ju stic e to W hat W e K now , M IT P resss: C am b rid g e, M a ssach u setts, 1986;

M ichael D u m m e tt, O rig in s o f A n a ly tic P h iloso p h y , D u ck w orth : L o n d res, 1993. D iversas vision es críticas d e la p o sición defen d id a en esta ú ltim a ob ra en H an s-Jo h a n n G lock (ed ito r), T he R ise o f A n a ly tic P h iloso p h y , Blackw ell: O xford, 1997.

16 D ad o qu e F re g e utiliza la noción de conjun to en la co n stru cció n de la aritm ética a p a r­ tir de la lógica, clarificar el estatu to filosófico de tal noción (p or ejem plo, si acaso es y, de serlo, en qu é sentido, un a n oción lógica) es un paso ineludible p a ra en ten d er cabalm ente qué p rop onía el logicism o. U n a presentación histórica, a co m p a ñ a d a de elu cidacion es filo­ sóficas, de la no ción de conjunto en la m aciza obra de un o de los principales filósofos de la ciencia en la A m érica de habla castellana, R oberto Torretti, El P araíso de C an tor: la

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tífico, fue presentada en 1905 en su artículo "So bre el d en o tar", que fuera saludado por F.P. R am sey com o "u n paradigm a de la filosofía". Este ejem plo de cóm o procede el filosofar genuino constituye, aún hoy, lectura obligad a para aprendices, m aestros y doctores en filosofía analí­ tic a '7. B egriffsschrift y Principia M athem atica ofrecen ejem plos de len gu a­ jes perfectos, en los cuales la vaguedad, la am bigüedad y la im presición del lenguaje ordinario se m u estran com o lo que la concepción cientifi- cista respald ad a por Frege y R ussell considera que son, defectos que el análisis filosófico tiene por m isión erradicar.

En el siglo XX, la filosofía occidental tiene su encuentro definitivo, su A rm aged ón, con la ciencia m oderna, una ciencia que en la Teoría de la R elativid ad de Einstein, ofrece una visión unificada del tiem po, el espacio, la luz, la energía y la m ateria, la vieja am bición de la G recia clásica y del p en sam ien to m edioeval jud eocristiano, surgido del cruce de A ristóteles con la Biblia. L as profecías sobre la ciencia em pírica de Bacon en el siglo X V I, de Locke en el siglo XV II, de H um e en el siglo X V III y de C om te en el siglo X IX parecían confirm arse. La esperanza en una C iencia U nificad a (ya sea por com unidad de m étodo, com o propo­ nía el positivism o de C om te o b ien por reducción a una construcción lógica del m u ndo, com o en el positivism o lógico de C arnap y el Círculo de Viena) com ienza a desplazar definitivam ente aquella basad a en el Ú nico D "s com o fuente de las visiones globales del m undo en el cual surge la experiencia h u m a n a ls. Para los filósofos analíticos que respal­ daban a la concepción cientificista, los lenguajes perfectos de la lógica, la m atem ática y la física, por así decirlo, h an desplazado al hebreo, el griego y el la tín 19.

Por el otro lado, la concepción del sentido com ún y el lenguaje ordinario, a veces llam ada, tam bién, terapéutica, busca poner la filoso­ fía al servicio de la visión global del sentido com ún, aquella que se expresa en el lengu aje ordinario. Su am bición es clarificarla, curarla de

17 La re fu ta ció n d e ! an álisis d e R ussell se en cu en tra en R F. S traw so n , "O n refe rrin g " en P.F.S., L o g ic o -L in g u is tic P a p e rs , M eth u en : L o n d res, 1971, o tro artícu lo clásico de la tra d i­ ción analítica. T rad u ccion es al castellan o del artícu lo original de R ussell; de "S ob re el re fe rir", la re fu ta ció n d e S traw so n ; y de la re sp u e sta de Russell a S tra w so n en la reco ­ pilación de u n p io n e ro de la filosofía analítica en la A m é rica d e habla castellan a, Tom ás M oro S im p so n (co m p ila d o r), S em á n tica F ilosó fica: P ro b lem as y D iscu sion es, Siglo XXI: B uen os A ires, 1973.

,s P a ra el m an ifiesto qu e p re se n ta las id eas del C írcu lo de V iena, v é a se "L a co n ce p ció n científica d el m u n d o : el C írcu lo de V ien a" (tra d u cció n de C arlo s V erdu go y M iguel H spinoza), R ev ista de C ien cias S o cia les N ° 31 (1987).

A lg u n as co n se cu e n cia s m etafilosóficas del fracaso del p o sitiv ism o lógico co m o la ú lti­ m a etap a en el d esarro llo d e la in tu ición m on o teísta en la filosofía o ccid e n ta l (el reem -r ia z o del Ú n ico D "s p o -r la C ien cia U n ificad a) se e x p lo -ra n en M . E . O -rellan a B en ad o, •'Jkepticism , h u m o r an d the a rch ip elag o of k n o w le d g e " en R ichard Po p k in (ed ito r), • • :• m the H isto ry o f P h iloso p h y , K lu w er: D o rd rech t, 1995.

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P R Ó L O G O X X V Ü

distorsiones causadas, precisam ente, por teorías filosóficas, de las cuales la concepción cientificista m ism a es un ejem plo. La ciencia constituye una entre varias fuentes que alim entan la visión del sentido com ún. Y, según la concepción terapéutica, se trata de una fuente que carece de autorid ad norm ativa sobre las dem ás. Las preguntas que se asocian con la concepción terapéutica dicen relación con cóm o entender la diversi­ dad de creencias y prácticas hum anas, incluidas por cierto las prácticas lingüísticas. Su m étodo está basad o en el análisis del lenguaje ordinario tal com o éste se da y no en intentos de reform arlo para que se adecúe a los estándares del supuesto lenguaje perfecto de la lógica y la m ate­ m ática. Busca disolver las confusiones ocasionadas por el em pleo del lengu aje ord inario en tareas para las cuales no es apropiado. Su insp i­ ración está en el trabajo de los otros dos padres fu n dadores de la tradición analítica: G .E. M oore (1873-1958) y Ludw ig W ittgenstein (1889-1950).

A M oore le preocupan el origen, carácter y fundam entación de cer­ tezas que provienen no de una abstracta ciencia axiom atizada, sino del sentido com ú n y que son expresadas no por el preciso lenguaje perfec­ to de la ciencia sino por el lenguaje ordinario, del cual aquél constitu ­ ye, en últim o térm ino, apenas una provincia entre m uchas otras. En W ittgenstein, incluso en su Tractatus Logico-Philosophicus, hay una p reo­ cu pación por lo indecible (que, por cierto, sus lectores en el C írculo de Viena pasan por alto); por aquello que, en el m ejor de los casos, la filo­ sofía pu ede m ostrar, pero no decir; por una esfera m ística, m ás allá de lo que se pu ed e decir con claridad, en la cual se encontraría lo que m ás im porta para la vida de los seres hum anos.

A quí tenem os, entonces, al interior de la tradición analítica, dos evaluaciones contrapu estas del encuentro de la filosofía con la ciencia m od erna, el tercer m om ento en su desarrollo histórico. U na de ellas, encarnada en la concepción cientificista, aconseja el som etim iento. La otra, encarnad a en la concepción terapéutica, recom ienda la rebelión. La pu gna entre ellas continuó con sutiles e interesantes variantes y desa­ cuerdos, en el desenvolvim iento de la tradición analítica en filosofía. En la segunda m itad del siglo XX, las filosofías de C arnap, A.J. Ayer y W.V. Q uine, entre otras, heredan, m od ifican y elaboran distintas versiones de la concepción cientificista, m ientras las de A ustin, Ryle y Straw son (la a veces llam ada escuela de O xford) hacen lo propio con la concepción del sentido com ú n y el lengu aje ordinario que culm ina, desde un punto de vista m etafilosófico, con la concepción de la "m etafísica d escrip tiva" propuesta por el últim o de e llo s20.

20 U n a in te rp re ta ció n de la o b ra de Isaiah B erlin en térm in os de co n trib u cio n es a la tra ­ d ició n analítica qu e ejem plifican u n a te rce ra co n cep ción d e la filosofía, la historicista, v é a se M . E. O rellan a B enad o, "E l co sm o p o lita e n la a z o te a II: B erlin in terp reta el tem a de las id e a s", E stu d ios P iíb lico s (p o r ap arecer).

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D ejando de lad o los detalles, este ejem plo ilustra cuán distintas eran las concepciones de la filosofía (con am biciones, preguntas y m éto­ dos distintos) que debatieron durante los dos prim eros períodos de la tradición an alítica en filosofía. Así, el peligro de sugerir que en la filoso­ fía analítica haya un grado de "u n id ad de m éto d o" no existe. U na v en ­ taja ad icional de hablar de tradiciones filosóficas es que perm ite tratar con el m ism o respeto a las distintas m aneras contem poráneas de ense­ ñ ar y p racticar la filosofía, evitando clasificaciones com o aquella basada en el contraste entre una filosofía "an g lo -am erican a" y otra "co n tin en ­ tal", un reflejo im perfecto de los bandos que se enfrentaron entre 1939 y 1945 en la serie de conflictos m ás tarde bautizados com o Segunda G uerra M undial.

Vista de esta m anera, en el siglo XX, la filosofía constituye una fa­ m ilia de tradiciones filosóficas form ada, en orden alfabético, por la tra­ dición analítica y las tradiciones existencialista, fenom enológica, m ar- xian a, p rag m atista y to m ista. Los p arecid os de fam ilia entre ellas surgen, entonces, de su origen com ún (la ruptura con "e l m ito " en la G recia clásica); de una m etodología com partida (la argum entación racio­ nal); y de poseer una estructura con un grado de com plejidad análogo (que, d esd e el pu n to de vista m etafilosófico, contem pla, por lo m enos, una d istin ción entre las concepciones, las instituciones y las políticas de la filosofía). Las separan diferencias que dicen relación con la rivalidad entre las distintas instituciones de la filosofía que cada tradición encarna "e n el m undo re al" así com o entre las distintas políticas de la filosofía asociadas con cada tradición filosófica. Es en estos térm inos que es p o si­ ble responder a la pregunta que quedara pendiente al final de la terce­ ra sección.

A ntes de conclu ir con un gesto en la dirección del desarrollo u lte­ rior de la tradición analítica, vale la pena m encionar un aspecto de su "a u g e ", la expresión es de G lock, que ejem plifica el com ponente política de la filosofía. Porque el auge de la tradición analítica en el siglo X X se debió tam bién, en parte, a su atrincheram iento en las universidades de los países occidentales que vencieron en la Segunda G uerra M undial. Entre la segunda y la tercera décadas de dicho siglo, cuando en los grandes países del continente europeo el fascism o (en sus versiones cor- porativista, existencial y racista) desplazó al positivism o que im perara durante el siglo X IX , las élites filosóficas que representaban a este ú lti­ mo se vieron obligadas a huir al ex ilio 21. Y fueron acogidas, precisa­ m ente, en las universidades de "h abla inglesa".

; 'Jr.a p o lém ica in te rp re ta ció n del existen cialism o de H e id e g g e r qu e lo p re se n ta com o

.i : 3 :r.'r. a u e p erd ió la lu ch a p o r la h eg em o n ía del n acio n alsocialism o alem án (en con

-¿ r '.i '. a n a n te racista), véase V ícto r Farías, H eid eg g er y el N a z ism o (seg u n d a edición i . — r . ' r . J o de C u ltu ra E co n ó m ica : S an tiag o d e Chile, 1998.

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P R Ó L O G O xxix

F u eron estos ex iliad o s qu ien es llev aron la trad ició n an alítica, m ayoritariam ente en la variante ofrecida por la concepción cientificista, al otro lad o del C anal de la M ancha, a las de G ran Bretaña; del otro lado del A tlántico, a las de Estados U nidos de A m érica; y, allende los m ares, a las universidades de A ustralia y N ueva Zelanda. Así, en lo que de m anera retrospectiva podem os llam ar sus dos prim eras generaciones, la tradición analítica se ocupó p rincipal aunque no exclusivam ente de los problem as filosóficos generados por la nueva lógica, la nueva m ate­ m ática y la ciencia natural, llegando algunos autores a hablar, en un eco kantiano, de una "filoso fía cie n tífica "22. Para algunos de sus críticos, el interés de la tradición analítica en la nueva lógica, la m atem ática y la ciencia m od erna m erece ser descrito com o obsesivo (por así decirlo, más bien que un positivism o lógico, una suerte de terrorism o lógico).

Sin em bargo, en prim er lugar, resulta im plausible creer que, de to­ das las m anifestaciones de lo hum ano, solo la lógica, la m atem ática y la ciencia, al contrario del arte, el com ercio, la p olítica, el derecho y la reli­ g ió n , por n o m b rar o tras, p u d ieran carecer de p o te n cial filo só fico . C iertam ente, filósofos entre sí tan diferentes com o Platón, A ristóteles, Tomás de A quino, D escartes y Kant rechazan esa posición. Y, en segu n­ do lugar, si la argum entación racional es, com o se ha sostenido aquí, un rasgo distintivo de la filosofía, está fuera de lugar descalificar a la nueva lógica. Finalm ente, el interés de la tradición analítica por la ciencia, com o se sugirió en la cuarta sección de este prólogo, recoge una p reo­ cupación cuya historia ocupa, cada vez con m ayor intensidad, la segun­ da m itad del segundo m ilenio de la era cristiana.

En la segunda m itad del siglo XX, la tradición analítica se exten­ dió provechosam ente a m últiples otras áreas, tales com o la ética y la estética, así com o a la filosofía del derecho, la econom ía, la historia, la p olítica, la psicología e, incluso, al h u m o r23. Lo hizo preservando el énfasis en el rigor argum entativo, la duradera herencia para la tradición

22 V é ase, p o r ejem plo, H a n s R eich en b ach , La F iloso fía C ien tífica , F o n d o d e C u ltu ra E co n ó m ica : M é x ico , 1967; la p rim e ra versió n inglesa co n el título The R ise o f S cien tific

P h ilo s o p h y fue p u b licad a p o r la U n iv ersity of C alifornia P ress en 1952.

23 P o r ejem plo, D av id W iggin s, N eed s, V alúes, Truth, Blackw ell: O xford , 1987; M. E. O re-llana B en ad o, A P h ilo so p h y o f H u m ou r, B odleian Library, D. Phil collection : O xford , 1985; " L a teo ría re p rim id a del in co n cie n te ", R ev ista L a tin oa m erica n a de F iloso fía vol. XIII N u 1 (1 9 8 7 ); y "L o s d erech o s h u m a n o s y la ética de E s ta d o " en Elen a A gu ila Z ú ñ iga et al.,

N u ev o s A c er c a m ien to s a ¡os D erech o s H u m a n o s: E n sa y o s p a ra la D im en sió n É tica d e la D em o cra cia , C o rp o ra c ió n N acio n al de R ep aració n y R econciliación : S an tiag o de C hile,

19 9 5 . T am bién m ú ltip les de las co n trib u cio n es reco gid as en C arlo s B. G u tiérrez (ed ito r),

E l T rabajo F ilo só fico d e H o y en el C on tin en te (M em o rias del XIII C on greso In teram erican o

de Filosofía), A B C : B ogo tá, 19 9 5 ; E rn esto G arzón V aldés y F ran cisco J. L a p o rta (ed itores),

E l D erech o y la Ju stic ia (E n ciclop ed ia Ib eroam erican a de Filosofía, v o lu m en 11), Trotta:

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analítica de su íntim a relación con la nueva lógica, y tom ándose en serio la valoración de la diversidad que caracterizó a la concepción terapéu­ tica. H ablar de "filo so fía an alítica", entendiendo por ello la tradición analítica en filosofía, tiene la ventaja final de no suponer que exista en ella unidad tem ática alguna, com o docum entadam ente dem uestra Filo­ sofía M oderna: Una Introducción Sinóptica. A ficionados, profesores y alum ­ nos pod rán com probar que, en esta obra, Roger Scruton ha diseñado una docta, estru cturad a y am ena posibilidad de fam iliarizarse con la disciplina en el vasto rango de los autores, concepciones, problem as y m étodos que encarnan el estilo de la tradición analítica en la filosofía contem poránea.

Para concluir, vale la pena d estacar unas recom end acion es de D onald D avidson, P.F. Straw son y John Searle acerca de cóm o responder a estudiantes de filosofía en A m érica Latina cuando preguntan por qué deben estud iar la tradición analítica. D avidson aconseja revelarles que los m iem bros del Círculo de Viena eran socialistas. Straw son recom ien­ da in sistir en que la práctica de la filosofía analítica agudiza las capaci­ dades críticas de los ciudadanos, una cond ición necesaria para que una sociedad dem ocrática pueda aspirar al título de libre. Searle sugiere relatarles la siguiente anécdota: blandiendo su bastón, una anciana enca­ ró a un jo v en profesor que, durante la Prim era G uerra M undial, cruza­ ba el prad o de su college cargado de libros y le dijo: "Jovencito, ¿acaso usted no sabe que, en este m ism o instante, jóvenes com o usted m ueren en el frente, d efendiendo a nuestra civilización ?". A nte lo cual, im per­ térrito, el joven profesor respondió: "P ero , m i querida señora, ¡si yo soy la civilización que ellos d efie n d e n !"24.

M.E. O rellana Benado U niversidad de V alparaíso y U niversid ad de Chile

M arzo de 1999

24 L o s p ro feso res D a v id so n , S tra w so n y S earle fo rm u laro n estas resp u estas en c o n v e rs a ­ ciones con el a u to r en C ó rd o b a , A rg e n tin a ; O xford ; y S an tiag o de C hile. A g ra d e z c o los co m e n ta rio s a u n a v e rs ió n a n te rio r de este te x to d e A n d ré s B o b e n rie th M ise rd a , Fra n cisco C u eto S an tos, L u cy O p o rto V alencia, el Dr. W ilfredo Q u e z a d a P u lid o, Julio 7 rre> M elén dez v C arlo s V erdu go Serna.

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